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Junto a la tele

Qué iba a imaginar yo que hacía feliz a mi madre cuando me acompañaba a disfrazar la resaca frente a un asopado de mariscos y otro fracaso poético del Fútbol Club Barcelona. Ella comía y disfrutaba, sonreía y hasta gritaba orgullosa con algunas jugadas, incluso aquellas que evidenciaban su escaso peligro. Y me miraba. No sabía el nombre de ninguno de los jugadores de la plantilla, ni siquiera el de los más mediáticos. Le importaba el resultado y se atrevía a reclamarle al árbitro, no se cansaba de restregarle sus errores hasta después de cada repetición, pero lo hacía por mí, por algo más fuerte que el parentesco y la complicidad sanguínea, algo, por supuesto, más grande que el llamado amor a la camiseta.

Ambos cumplíamos nuestro rol sin detenernos a pensar, yo era un pastelero dominguero y enratonado. Mi madre era una madre.

Eso, hija adorada, no lo podía entender entonces. Como ahora de seguro tú no puedes entender esto que escribo. Resaca, plantilla, mediático y pastelero son términos más que abstractos. Lo sé. Pero el cuento es que ahora sí lo entiendo, mientras te cargo y te abrazo y pego tu corazón al mío; tu puñito que late y el otro, ese que llevo, más gastado y tan contento. Escucho una percusión a cuatro manos y dos pechos. Una percusión que me emociona.

Estamos viendo unos muñecos que bailan alegres y dicen frases tan simples que me resultan incomprensibles. Tú estás perpleja, concentrada, chupándote el pulgarcito de la izquierda. Yo te miro como se mira al cielo en la noche, cuando quieres sentirte enamorado, ¿qué más puedo hacer? Quiero besarte y morderte un cachete. Pero sólo lo pienso y pienso que así es mejor. De alguna manera, más lindo. Me relajo y entiendo que lo mismo me dan Cartoon Network, Discovery Kids o Disney Channel; lo único que me importa en este momento en el mundo es este abrazo cortito y apretado, el taca taca de nuestros corazones, esa mirada tuya fija en tus sueños, tu olor, tu presencia y tu compañía. No podía imaginarlo, pero ahora lo entiendo.

Ahora discúlpame, hija, pero creo que voy a volver a desvariar: recuerdo a Leonel Messi entrando en diagonal, haciendo una caracola al borde del área chica, pisando la esquina de cal, cediendo la pelota y ubicándose un paso adelante del defensor para recibir la pared de vuelta y marcar el gol de la jornada. Recuerdo mi grito con la boca llena, mi abrazo con Marc Caellas, un resultado borroso que parecía un espejismo y, sobre todo, por encima de nosotros, de esa instantánea de domingo, recuerdo a mi madre.

Así estoy justo ahora, sin entender del todo al fulano Barney, tan famoso, tan soso, pero ya hasta queriéndolo mucho, por la sorpresa que te produce y los gritos de emoción que te logra sacar con cada canción; sin entender a esos Teletubbies mejorados que también se forman en círculo y se agarran y tienen nombres raros. Y tú levantas tus brazos en una secuencia que me hace mirar al futuro. Te veo. Otra vez. Y me veo feliz.

Ahora estás un poco enferma, sé que me quedan miles de horas frente a tu pediatra y miles de canas por querer evitar lo inevitable: que sufras. Pero nena, escuchar tu corazón y mirarte así, de cerquita, me devuelve la fuerza que perdí estos últimos dos años, sin esa viejita de mis amores, rabias y desvelos.

Hace meses determiné en secreto que no escribiría nuevas promesas. Es un compromiso muy grande conmigo y como verás más adelante, aunque me resbalo y fallo más de lo que avanzo, detesto quedarme mal. Impulsivo y cursi son dos de mis peores cualidades. No son malas, pero creo que todavía no he aprendido a usarlas.

Sin embargo, aquí voy, contigo y para mí, hay algo que quiero y algo que espero respecto a tu futuro. En realidad quiero y espero muchas cosas, pero ahora pienso con intensidad en una que tiene que ver con todo esto, lo único que deseo y voy a escribir: repetir este momento junto a la tele muchísimas veces y de distintas formas. Aparentar que atiendo, entiendo y contemplo, solo para estar cerca de ti, en silencio, orgulloso de ser tu padre. Aprendiendo de tus costumbres y tus emociones.

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