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Sigan bailando: la fabulosa historia de Billo Frómeta

Es posible que usted no conozca a Luis María Frómeta, pero seguramente ha escuchado a Billo, el creador de esa maravillosa máquina musical que compuso 2380 canciones y cautivó al Caribe: la Billo’s Caracas Boys. Es el hombre que le dio su himno al Magallanes (y después adaptó para Millonarios de Bogotá), que tocó para la mamá de Pablo Escobar y la familia Ochoa, también del cartel de Medellín, el que escapó de la dictadura de Trujillo en República Dominicana y pasó por una cárcel en Caracas, la ciudad que tanto amó, acusado de bigamia, donde compuso su siguiente éxito. El rey del carnaval. La fiesta acabó para Billo, pero su legado queda en su banda y en las historias frenéticas detrás de cada uno de sus hits, en las que brilla el son latino. Y también en el pleito legal que mantienen sus herederos en la actualidad.

1. EL CARIÑO TAMBIÉN IMPORTA

En aquella recepción que se ofrecía en la casa de Roy Chaderton, entonces embajador de Venezuela en Londres, se dio una curiosa conversación sobre la nacionalidad de Luis María Frómeta, a quien el mundo conoció por su apodo simple y universal: Billo. Corría el año 1998 y una representante diplomática de Colombia le aseguró a sus acompañantes que ese genial director musical había nacido en su mismo terruño. No había duda. Lo afirmaba con orgullo.

Esa leyenda de la música caribeña que compuso 2.380 canciones y formó una orquesta capaz de vender más de diez millones de discos durante décadas de esplendor; que tuvo frente a sus micrófonos a guaracheros y boleristas como Manolo Monterrey, Rafa Galindo, Felipe Pirela, José Luis Rodríguez y Cheo García; un hombre que desafió la eternidad y llegó a ser un fijo en los templetes y bailantas de Barranquilla, Santander o Bogotá, que arregló con éxito temas como El refranero, Tarde gris, A papá cuando venga o Consentida, no había otra forma, juepucha, tenía que ser colombiano.

Frente a la negativa de Chaderton, que intentó corregirla con picardía, la diplomática no creía lo que pasaba. ¿Cómo podía contradecirla? Ella insistía en que Billo había nacido en Cuba y luego migró a Colombia, desde donde después viajó a Venezuela. Que no. Que sí. Que no. Que sí. La memoria del músico y su legado pasaron a convertirse en un objeto de deseo consular. Cada cual lo quería para sí, hasta que entre chistes, brindis y canapés, aquel consejero llamó a uno de los invitados y se lo presentó a la funcionaria.

—Este muchacho sabe mucho sobre Billo —dijo para introducirlo.

—¡Encantada! —se presentó la diplomática con un gentil apretón de manos.

—Mucho gusto —respondió el joven detrás de una sonrisa.

—Aquí nuestra distinguida amiga insiste en que Billo es colombiano —comentó Chaderton con sorna.

—No, no. Él nació en República Dominicana y se instaló desde los 22 años en Venezuela, donde murió. Lo que pasa es quería mucho a Colombia y en Colombia lo quieren mucho a él —dijo el muchacho con una seguridad enciclopédica.

—Eso es imposible —ripostó la mujer, aunque aquella segunda intervención la hizo dudar—. ¿Quién es usted?

—Me llamo Amable Frómeta.

—¿Frómeta? ¿Ese no es el mismo apellido de Billo?

—Así es. Tengo ese apellido porque soy su hijo menor.

La diplomática colombiana quedó tan desencajada como un niño cuando descubre que los obsequios de Navidad no vienen desde una maravillosa fábrica de regalos en el Polo Norte. Ofreció disculpas y dijo que todo era a causa del amor. Del amor al baile. Esa tarde aprendió que la Billo’s Caracas Boys, esa orquesta que comparte el Récord Guinnes por poner a bailar a 250.000 personas al mismo tiempo durante el carnaval de 1987 en Tenerife, España, y que fue la primera latinoamericana en presentarse y sonar en salones y hoteles codiciados de su época, como el Hilton de Nueva York, que aplastó en popularidad a sus rivales musicales durante cincuenta años, era una agrupación venezolana, dirigida por un dominicano que se hizo venezolano. Pero que era casi —casi— colombiano. Porque el cariño también importa

2. EL MÚSICO QUE PONÍA INYECCIONES

Luis María Frómeta Pereira nació en Santo Domingo, la capital de República Dominicana, el 15 de noviembre de 1915. Hijo del abogado José María Frómeta y doña Olimpia Pereira de Frómeta, fue ubicado desde niño en la casa de una tía severa que chocaba con su carácter y su ímpetu infantil, pero donde por fortuna para los pies danzantes del futuro en el Caribe había un piano. Billo, que lleva ese apodo porque antes de hablar de corrido le decía así a cualquier cosa que veía, se imbricó con la música de la mano de los maestros Sixto Brea, Rafael Pimentel y Oguis Negrete, tal como él mismo lo diera a conocer repetidas veces antes de su muerte.

Movido por el deseo de su padre de contar con un médico en la familia, inició sus estudios de medicina en la Universidad de Santo Domingo en 1933. El propio Billo rememoró esa etapa a principio de los años ochenta en un cuadernillo editado para honrar su carrera: “La vida de un estudiante no proporcionaba mayores ingresos que la mesada de los padres, por lo que comencé dando clases de guitarra a domicilio, poniendo inyecciones y haciendo pequeños arreglos para conjuntos musicales”.

Su amigo Freddy Coronado, venezolano y violinista, le consiguió una plaza como saxofonista de la orquesta del Teatro Capitolio y como fagotista en la Sinfónica de Santo Domingo, donde fue uno de los miembros fundadores con apenas 15 años. Después fue nombrado director de la banda de la Orquesta de Bomberos. Por ese entonces, Coronado le animó a crear el Conjunto Tropical, un formato que terminaría trabajando regularmente en la estación radial HIN de la capital dominicana.

Billo se unió a Francisco Simó Damirón, el futuro inventor del piano merengue, su hermano Fernando Frómeta, Ernesto "Negrito" Chapusseaux y el propio Coronado para fundar una orquesta de baile a la que llamaron Santo Domingo Jazz Band.

“Billo comenzó la búsqueda de su propio estilo musical, se retroalimentó con las sonoridades de las orquestas predominantes de la época: Casino de la Playa, Fletcher Henderson y Glenn Miller”, escribió el ingeniero, locutor y amante de la música latina José Antonio Orellán. El maestro Frómeta se fue enamorando del son cubano, el jazz y los aires de la música española. También de una mujer llamada Mercedes Olimpia Senior, con quien se casó en 1935 sin poder imaginar lo que esa decisión le iba a acarrear en el futuro, casi dos décadas más tarde.

3. LA AMENAZA DEL DICTADOR TRUJILLO

Billo, relató él mismo, aceptó con alocada emoción un contrato desde Caracas, Venezuela, para que la Santo Domingo Jazz Band amenizara la fiesta del año nuevo en la prestigiosa sala de baile Roof Garden del Hotel Madrid, gracias a las gestiones de un tío de su amigo Freddy Coronado.

En República Dominicana había una cruel tiranía impuesta por militares siniestros y el dictador anticomunista Rafael Leonidas Trujillo, obsesionado con el poder, acababa de cambiarle el nombre a la capital por el nada original Ciudad Trujillo. Su gobierno amenazó a Frómeta para que también rebautizara su orquesta porque sonaba más acorde con la expresión de la nueva era. Más de la época. Más auténtico. Para obtener el permiso de salida del país, sus músicos debían arribar a Venezuela con el flamante título de Ciudad Trujillo Jazz Band. Y así se hizo.

La orquesta atravesó durante diez días las aguas del Caribe en un carguero holandés y ensayó en la sala de máquinas. “Partimos del puerto del río Ozama a bordo de un barco llamado Sordwagen, cuyo capitán nos advirtió que no había cupo para nosotros (...) tuvimos que aceptar un espacio en la carbonera del barco, sin comida ni la más mínima atención. Con lo poco que nos quedaba, compramos naranjas, pan, queso y algunas cosas más para alimentarnos”, escribió Billo sobre este inicio que contó con un desvío de ruta a causa de una tormenta y con un concierto en Curazao que les dejó dinero para comprar ropa.

Antes de presentarse a casa llena en el Roof Garden de Caracas la noche de ese 31 de diciembre de 1937, la inspiración había atacado a los hermanos Sabal, los dueños del local. La controversia por la imposición de Trujillo los llevó a deliberar con los músicos y en ese intercambio ratificaron su decisión de presentar a la agrupación como “Billos’ happy boys”, tal como la habían promovido días antes, porque era más pegajoso. Más internacional. Más de la época. Más auténtico. Y así se hizo.

Después de que el cantante Ñiñi Vásquez interpretara el merengue “Caña brava”, Luis María Frómeta —las manos sudadas de puro nervio— se ganó esa noche el corazón de sus primeros seguidores venezolanos, engominados y con pajilla, que lo celebraron arrebatados, aunque como recuerda el crítico Federico Pacanins en su artículo La civilización Billo’s: “en el momento primero la oferta musical se sentía tan sabrosa que resultaba orillera, tan cubana que sonaba a imitación...”.

A los Happy Boys de Billo les preocupaba que el cambio de nombre de la orquesta los hubiera convertido en personas no gratas para la dictadura del sangriento Trujillo, algo que les impedía —por lógico miedo— volver a su país después de finalizar el contrato. En contraparte, Venezuela comenzaba a vivir una transición democrática luego de una larga dictadura de 27 años, lo que llevó a los músicos a alargar su estancia en Caracas, a pesar del poco dinero que ganaban.

“Al cumplir nuestro primer contrato y ver que en la semana de carnavales nos pagaron los mismos veinte dólares de siempre, algunos de mis muchachos, sobre todo los profesionales, optaron por retirarse y aceptaron puestos en distintos cabarets de la ciudad donde ganaban más”, escribió Billo. La orquesta se desmembró y solo quedaron él, Coronado, Chapuseaux y Cecilio Comprés. Entre los cuatro le rogaron a unos recelosos músicos venezolanos para que aceptaran unirse y cumplir con un segundo contrato.

Hubo un recibimiento amable y acogedor, a pesar de las dificultades. Eso mantuvo esperanzado al director dominicano, hasta que enfermó de tifus a finales de 1938 y sintió a la muerte respirarle bien de cerca durante meses.

A pesar de la postura del gobierno venezolano de no tomar parte en la Segunda Guerra Mundial, hubo una salida del país de muchos extranjeros y eso influyó en el desmantelamiento definitivo de los Happy Boys. Casi todos los integrantes del ensamble original regresaron a Santo Domingo en medio de las presiones políticas de Trujillo. Frómeta recibió la orden de abandonar Venezuela, pero cuando se presentó en la oficina de extranjería, pálido, débil y sin cabello, el encargado se compadeció y le permitió quedarse, temiendo que su cuerpo no aguantara los embates del viaje.

4. A GOZAR, MUCHACHOS

En el documental biográfico A gozar con Billo, escrito y dirigido por el venezolano Fernando Venturini, se afirma que fue en un concierto de 1939 cuando nació el germen de la Billo’s Caracas Boys. Un recuperado Frómeta asistió como parte del público a la presentación de la orquesta que dirigía el músico y compositor Luis Alfonzo Larrain, quien llegó a revolucionar los bailes de salón de la aristocracia caraqueña con ritmos populares.

La ansiedad de Frómeta por volver a las tarimas después de su enfermedad duró pocos meses. En 1940, el músico Freddy Coronado le propuso —otra vez— la creación de una nueva orquesta y así nació una auténtica big band que tocaba con una línea de cuatro saxofones, tres trompetas y un trombón, tal como lo recuerda en la cinta el bajista de aquel momento, Antonio Soteldo.

La disputa por la popularidad y el cariño de la gente entre presentaciones y posteriores giras musicales, se gestó a partir de entonces entre Billo Frómeta y Alfonzo Larrain, quienes además de competidores y reyes sonoros del carnaval durante un par de décadas, se harían buenos amigos. Cada uno tenía su público, alimentado e impulsado por la radio, y había una sana rivalidad entre sus fanáticos, los de Larrain más reposados, con espacio para medir y conversar, los de Billo más calientes y gozones. “Cualquier imagen de Billo Frómeta sirve para ilustrar la nostalgia”, escribió Ángel Gustavo Infante en La comparsa ya se fue, antes de acertar con su apunte sobre la irrupción de la orquesta en una Caracas que aún exhibía techos rojos: “entre disfraces y polvos de arroz, Billo hizo gozar a cuerpos que solo existían de la cintura para arriba”.

La noche del 31 de agosto de ese 1940, el maestro Billo volvió a presentarse en el Roof Garden que lo había visto llegar a Venezuela casi tres años antes, aunque esa segunda vez lo hizo comandando la agrupación que se convertiría en leyenda no solo porque le puso picante a las pistas de baile, sino porque sonaría durante décadas sin dejar de vibrar, incluso hasta hoy, 76 años después.

Han sido centenares de apellidos los que sonaron en ese conjunto y dejaron huella en la música del continente. Entre 1945 y 1957, la Billo’s Caracas Boys logró tal consolidación e independencia con voz propia en sus toques diarios, contrataciones de músicos rivales, carnavales y delirios guaracheros, siempre apoyada en la masificación que le brindaba la radio con su programa A gozar, muchachos, que no tardó en convertirse en la más popular de Venezuela.

Mediando los años cuarenta sumaron al éxito de sus programas radiales la profusa producción de discos, a razón de uno al mes con dos canciones, en promedio, junto a una impresionante fuerza comercial que anticipó el crecimiento del mercado de las orquestas. A partir de los años siguientes, la Billo’s extendería sus dominios musicales por otros países. Uno de sus preferidos: Colombia.

5. CANTANDO PARA LOS NARCOS

Para José Amable Frómeta, el menor de los hijos de Billo y actual director de la Billo’s Caracas Boys, radicado en Bogotá, el cariño y el aprecio que le tienen a su padre en Colombia en ocasiones llega a sorprenderlo: “En Venezuela admiran la orquesta y la quieren, pero a veces siento que no se trata del mismo tipo de satisfacción que generaba antes. Aquí en Colombia se da en cambio un amor y una idolatría que no tienen nombre”.

La presencia de Billo en Colombia se hizo cada vez más fuerte a partir de la década de los sesenta y creció junto a nombres de rivales musicales y amigos como Lucho Bermúdez, José Barros, Pacho Galán o el también venezolano y director de Los Melódicos, Renato Capriles. Billo adaptó muchas de sus canciones pegajosas al estilo de vida del colombiano y se instaló en las celebraciones familiares como una tradición. Uno de muchos ejemplos que existen es el cambio de Magallanes será campeón, para hablar del equipo de beisbol más popular en Venezuela, al Millonarios será campeón, para referirse al equipo de fútbol de Bogotá, que hoy en día forma parte de uno de sus himnos. Además de ello, el maestro le dio carácter internacional a muchas de las cumbias que no paraban de sonar en las emisoras locales.

En las giras que realizó el conjunto a Estados Unidos, la boletería generalmente se agotaba por la presencia de colombianos en esas ciudades, recuerda José Amable Frómeta, y una de las responsables de ese éxito fue otra colombiana: la empresaria Esperanza Cárdenas, quien manejaba desde allá su compañía Calypso Producciones.

Cárdenas fue una aliada de Billo durante casi veinte años en los que organizó conciertos y festivales a granel, sobre todo en Estados Unidos, donde aún se recuerda un apoteósico homenaje en el Madison Square Garden que la Fania All Star le brindó a Billo como tributo con su gran amiga Celia Cruz en plan estelar.

La industria del narcotráfico no escapaba a esa afición y la propia madre del capo del cartel de Medellín, Pablo Escobar, exigió la contratación de la Billo’s Caracas Boys una decena de veces en la famosa Hacienda Nápoles, adonde sonaron en vivo los acordes de La casa de Fernando, Macondo y Fiesta en corraleja. Ella era una enamorada de la orquesta. Tanto así que el propio Pablo Escobar, según una versión que maneja Amable, habría exigido mediante una amenaza telefónica que en el libro Los jinetes de la cocaína, publicado por Fabio Castillo en 1987, no se mencionara ni a Billo ni a Pastor López.

“Yo nunca olvido que la primera vez que tocó la orquesta para el cumpleaños de esa señora... después de la presentación estábamos almorzando en un restaurante en Medellín: mi papá, la orquesta, todos. Y se acercó Pablo Escobar a darle las gracias. Le dijo: ‘Maestro, no se imagina lo feliz que usted hizo a mi madre ayer, y ella para mí vale todo’. El tipo le dio la mano, pidió permiso, se paró y se fue. Mi papá no tenía la más puta idea de quién era ese hombre”, recuerda hoy José Amable, quien agrega que en ese entonces lo de Escobar estaba aún lejos de ser un imperio y que el maestro Billo, que destacaba por su genio y una personalidad fuerte, era descuidado con las noticias y nunca supo con certeza quiénes lo contrataban, aunque en una sospecha le advirtió a sus dos hijos que bajo ninguna circunstancia lo pusieran a trabajar para “esos vende drogas del coño que están jodiendo al mundo”.

En esa ápoca eran Amable y su hermano Luis Rafael quienes manejaban los contratos de la orquesta y cuando llegó la petición de Billo ya era tarde. Siempre a partir de intermediarios, tenían casi diez años compartiendo tarima en privado para varios narcotraficantes con bandas como El Gran Combo de Puerto Rico, La Dimensión Latina o The Rollings Stone.

Fueron contratados por los más grandes empresarios y productores musicales, por organizadores de ferias de carnaval en distintas ciudades, por alcaldes y gobernadores, por el famoso torero ‘Gitanillo de América’ y también por otros mafiosos; los hermanos Ochoa. Esa relación había nacido al galope desde hacía décadas, pues el propio Billo le regaló el primer caballo a José Amable cuando cumplió seis años, a finales de los años sesenta. El dueño de ese ejemplar era el famoso y acaudalado criador Fabio Ochoa Restrepo, dueño de una enorme caballeriza con más de quinientos animales en Venezuela.

Ochoa Restrepo, paisa y con una larga tradición familiar, fue padre de once hijos, entre ellos Fabio, Jorge Luis y Juan David, confesos narcotraficantes y miembros de la segunda fuerza del cartel de Medellín, quienes se sometieron a la justicia en 1990.

Los Ochoa bailaron con la Billo’s, pero, advierte Amable —una vez más— que su padre jamás imaginó que alguien de esa familia estuviera involucrado directamente con el crimen: “A mí, por supuesto, me llamó la atención una vez, que estando yo en la caballeriza llegaron tres jaulas (patrullas) de la Policía Metropolitana (Caracas), pero como ellos los avistaban desde arriba, les dio tiempo de esconder a mucha gente, chalanes y colombiano ilegales, en una piscina vacía y arriba de ella montaron tablas gigantes. La taparon y pusieron mesas, sillas, y hasta una tarima donde podía tocar la orquesta. Yo era un chamo. Recuerdo que el viejo Ochoa siempre le decía a mi papá: ‘Déjemelo aquí, que conmigo nunca le va a pasar nada malo’”.

Amable evoca otra anécdota, mucho más reciente: luego de un concierto en Bogotá, en 2014, se le acercó Jorge Luis Ochoa, a quien tenía décadas sin ver, y en medio del abrazo le dijo: “Hermano, usted no sabe lo lindo que mi padre siempre habló de su familia. Es más, yo lo envidio por una vaina: usted, de niño, montó los caballos que mi padre nunca me dejó montar”. Se refería, entre otros ejemplares, a Resorte III y a Tupac Amarú, más que caballos, unas leyendas. El último pertenecía a otro capo de la droga, Rodríguez Gacha, también conocido como ‘el Mexicano’, a quien José Amable admite haber conocido en Venezuela a mediados de los años setenta.

Por aquella época, antes de que se destapara públicamente el control que el narcotráfico ejercería sobre buena parte del poder en Colombia, se dio un hecho que ancla al maestro Billo en su forma de ser y refleja el cariño que siempre profesó por este país y su amplio público. Él tenía un compadre colombiano llamado Carlos Orjuela a quien le dedicó una canción con su nombre y apellido en su famoso disco Billo 74 ½, del año 1974.

"Tengo un compadre llamado Carlos Orjuela / No es jugador ni bebedor ni parrandero / En el fútbol metiendo un gol es el primero / Y cuando baila las muchachas le hacen rueda", dice el paseo en el que también es saludado como “un amigo de verdad”.

Orjuela era un empresario musical que fue imputado y recluido en la Cárcel Modelo de Bogotá a finales de los años setentas. Apenas se enteró de su condena, Billo intentó visitarlo, pero el amigo lo persuadió para evitar que conociera ese submundo de violencia, injusticias y depresiones, hasta que en uno de los múltiples viajes que hizo a Colombia para ofrecer sus shows, recibió una carta que lo conmovió y le hablaba de la cercanía y el noble gesto de no abandonar a un compadre en desgracia.

Era Orjuela. Como solía pasar con Billo, o con su música, se impuso la nostalgia.

El contenido de esa carta la parafrasea hoy José Amable Frómeta, quien entonces acompañaba a su padre en las giras nacionales e internacionales y aún lo recuerda acongojado en medio de la lectura: “Él le escribió: ‘Te agradezco mucho que hayas pertenecido a mi vida porque haber sido tu compadre y amigo me salvó dentro de la cárcel’. Entonces mi papá dijo que esa gente merecía disfrutar de la alegría de las fiestas y tocamos varios años seguidos en la Cárcel Modelo de Bogotá. Casi una década. La primera vez hubo un despliegue de seguridad impresionante y te puedo decir que yo viajé con papá y lo acompañé a cualquier rincón del país, donde lo adoraron, pero lo que se sentía allí era siempre algo único”.

6. LAS REPÚBLICAS FALLIDAS

El ensamble con el que Billo reinó en Colombia era el tercero después de dos sonadas debacles. El 31 de mayo de 1944, el músico otorgó un poder a su padre, el abogado José María Frómeta, para que lo representara en el juicio de divorcio ante los tribunales de República Dominicana, bajo una normativa legal que le permitía hacerlo sin necesidad de que estuvieran las partes. La demanda fue admitida y la disolución del matrimonio ejecutada. Tiempo más tarde se casó con la periodista venezolana Haydée Grillo y fundó una nueva familia, pero a mediados de 1956 estalló una bomba: Mercedes Olimpia Senior, su ex esposa dominicana y madre de su hija mayor, lo demandó ante los tribunales venezolanos por el delito de bigamia. Esto es lo que el director y compositor no podía imaginar veinte años antes, cuando se casó enamorado.

Billo estuvo preso más de dos meses, aunque su encarcelamiento incluyó comodidades, instrumentos musicales y visitas del propio dictador Marcos Pérez Jiménez, entonces presidente de Venezuela. Allí compuso el tema Juan Pacheco, muy famoso en los años venideros, y lo interpretó la misma noche en la que salió en libertad, en los carnavales de Caracas. Ese presidio sería el inicio de un deslave emocional, que lo llevó a clausurar lo que él llamó la Primera República y a fundar una Segunda, hacia 1957, que duró poco. Muy poco.

Ese año, la Billo’s Caracas Boys regresó con una alineación integrada por los mejores músicos, como Porfi Jiménez y Eduardo Cabrera. A juicio de familiares y artistas cercanos, Frómeta cometió un error porque su audacia, en busca de una modernización, lo llevó a cambiar el estilo. Los virtuosos instrumentistas tenían ideas propias que querían ejecutar y comenzaron a chocar con la batuta del maestro, que exigía que interpretaran su repertorio. Eso generó una relación tirante, según recordó el exbajista de la banda Antonio Soteldo en el documental A gozar con Billo.

“Con (la canción) Los cadetes hubo una anécdota cierta, el músico que tenía que cantarla se llamaba Luisín Landáez y la quería cantar ‘salseao’. Mi papá le decía: ‘Así no es’ y él respondía: ‘Pero, ¿cómo que así no es?’, y él hacía lo que podía y mi papá seguía: ‘Así no es’. Hasta que mi papá le dijo: ‘Mira, vamos a hacer una cosa, mejor no la cantes, chico, yo me voy a buscar a Víctor Pérez’. Entonces Víctor Pérez sí lo hizo como él quería... Porque la canción es una marcha y hemos dicho que las marchas son gallegas”, recordó en esa misma cinta uno de los hijos mayores de Frómeta, Luis Vicente, mejor conocido como Charlie.

Este cuento lo respalda una declaración del famoso Porfi Jiménez: “Él sabía que entre los muchachos hacían presión para que no tocaran la ‘música gallega’ y sabía que ese era su negocio. No era que él no supiera hacer otra cosa, lo que pasa es que era muy comercial. Era muy vivo”.

“Es obvio que su perpetuo éxito no fue visto con muy buenos ojos por algunos colegas, que permanentemente tildaron su música de económica y poco intelectual, sin detenerse a pensar que Billo siempre se esmeró en hacer feliz a un público mediante el baile”, escribió Alberto Naranjo, músico y arreglista reconocido, admirador e intérprete de las canciones de Frómeta, en un artículo de 1997 titulado La guaracha sinfónica, en el que habla, además, del tratamiento que hizo el maestro Billo en algunas canciones a música de Tchaikovski, Saint Saëns y Gershwin.

El enfrentamiento interno hizo que decayera el respaldo del público y menguaran los toques, y que Billo se alejara de esos músicos. Al hombre le crecían los rivales y los despechos de aquellos a quienes había despedido de su orquesta en épocas previas. Su relación con la Asociación Musical del Distrito Federal, dirigida por un grupo de competidores como Aldemaro Romero y ‘Chucho’ Sanoja, estaba deteriorada, según relató otro viejo rival, aunque buen amigo: Renato Capriles.

El enfrentamiento, documentado en la prensa, tenía una razón legal, del trato al músico, y de supuesta corrupción. La cuerda llegó a tal punto de estiramiento que se rompió: Roberto Marcano, secretario de reclamos de la Asociación Musical, hizo pública la suspensión de Billo del sindicato y su imposibilidad de formar una orquesta. Un veto que pretendía ser de por vida y llevó a Frómeta a la bancarrota.

Fue entonces cuando apareció la figura de Renato Capriles, quien lo visitaba constantemente. Así lo contó en A gozar con Billo: “Le planteo: ‘Billo, yo quiero formar una orquesta, aprovechando que tú no estás en el mercado’. ‘Bueno, ¿y qué vas a hacer con una orquesta?’. A él le pareció raro. ‘Vamos a hacer un negocio: tú me haces los arreglos y yo te doy el 50% de lo que produzca. Entonces él me dijo: ‘Negro, qué bueno eso. Grabamos con tu orquesta mi número y entonces la gente no me va a olvidar’”. Así nació Los Melódicos, bajo la dirección de Juan Bautista Carreño y con el sabor y los compases de la vieja big band del maestro Frómeta.

Lo que vendría era tan obvio como el éxito predeterminado que traía la nueva invención de Billo y Capriles: una separación entre ambos pasado el año. El dominicano quería grabar los arreglos que hacía y para eso se fue al extranjero. Capriles le había advertido que de hacer eso se terminaría la sociedad. Para bienestar del tun-tun de las noches de Venezuela, Colombia y el resto del continente, ambos cumplieron su palabra y así germinó un nuevo enfrentamiento musical con millones de chispas sobre las pistas como dólares sobre sus manos.

La reforma impulsada por los partidos políticos que emergían o se consolidaban en Venezuela llevó a Billo a pedir que se reconsiderara su expulsión ante la Asociación. Después de tres años, el veto fue levantado y Billo, sin oficina ni orquesta, volvió a renacer. Anunció un viaje a La Habana para buscar a un guarachero con la anuencia de la Asociación y compuso, entre otros, el bolero Toy contento.

Luego de eso llegaron las contrataciones sucesivas de dos cantantes maravillosos: Felipe Pirela y José Luis Rodríguez, quienes reinaron en Colombia, primero como parte de la alineación del maestro dominicano y luego como solistas.

Renato Capriles, hoy fallecido, habló entonces de la nueva rivalidad entre los directores de Los Melódicos y la ahora ‘Tercera República’ de la Billo’s Caracas Boys, quienes comenzaron, como contrincantes sobre tarima, a batir todos los récords.

La orquesta de Frómeta se impuso sobre las demás agrupaciones bailables de la industria en prácticamente cada lustro. Grabaron más canciones y lograron vender más discos que todas las otras juntas. Hoy en día, su grado de aceptación entre las familias del Caribe es irrebatible. “Nosotros sobrevivimos a Los Beatles, que eran los monstruos. Después de que pasamos eso, aquí ya no puede pasar más nada”, recordó Charlie Frómeta que le había dicho su padre cuando los duros de la salsa brava hicieron estragos en los setentas.

7. EL ALMA LLANERA

Los carnavales de Santa Cruz de Tenerife de 1987 fueron inolvidables para las casi 250.000 almas que se soltaron a bailar en la plaza España y sus alrededores. La Billo’s Caracas Boys, junto a la cubana Celia Cruz y la Sonora Matancera impusieron un récord mundial que registró el libro Guinnes como el concierto bailable al aire libre con más público en la historia. Con ese referente y cincuenta años de carrera artística, Venezuela se dispuso a cumplirle un sueño a Billo para celebrar sus bodas de oro con la música: dirigir la Orquesta Sinfónica de Venezuela.

El concierto homenaje sería el 28 de abril de 1988 en la sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño, en Caracas, donde también se habían programado los ensayos.

Además de la dirección, el maestro tenía la responsabilidad de hacer los arreglos para los temas que interpretaría la Sinfónica, un gran honor para el compositor insignia de la música popular que puso a bailar a los encopetados con los humildes y vio, durante décadas, el tránsito de la dictadura a la democracia en Venezuela. Sin embargo, no fueron pocos los ataques y reproches que se hicieron en público por parte de músicos, amigos y no tanto. En un viaje previo a República Dominicana, llegó a confesarle a su hijo Amable que no estaba seguro de seguir con la idea del concierto, por la incordia que estaba generando.

Durante las semanas previas trabajó con extenuación, como tenía años sin hacerlo, en medio de desvelos y composiciones y entrevistas promocionales para la prensa escrita, la radio y la televisión.

En pleno ensayo general, al finalizar la compleja ejecución de Un cubano en Caracas, un ensamble que interpretaba en paralelo las canciones El Manicero y el Alma Llanera, aquellos profesores consagrados de la Sinfónica se levantaron de sus asientos estupefactos, erizados y contentos. Las notas de esa fantasía rozaron la perfección. En medio del éxtasis, los músicos movieron sus atriles para aplaudir con sus instrumentos al director y lo ovacionaron de pie. Fue el tributo máximo a partir de la alegría de los últimos retoques antes del concierto, que sería al día siguiente, la apoteosis puertas adentro de una sala que vio a Luis María Frómeta desplomarse sobre el escenario en ese instante.

Aquellos aplausos, el tic-tac que sacaban los músicos con sus cuerdas, percusiones y metales, fue lo último que vio y escuchó Billo. Después de ese reconocimiento —la detención radical del tiempo en su cabeza— el maestro cayó, producto de una subida de tensión y posterior derrame cerebral.

Entró en estado de coma y nunca más volvió a la vida.

La ceremonia en el teatro debió suspenderse y Luis María Frómeta falleció a los pocos días en una clínica privada que lleva el nombre original de la ciudad que tanto amó: Santiago de León.

El concierto, finalmente, se lo ofrecieron a él en uno de los sepelios más sentidos que se le haya brindado a un artista en Venezuela. Allí recibió los honores de un héroe nacional. Una parte de ese pueblo que lo bailaba meneando sus caderas, sacudiendo los pies y agitando los brazos en fiestas y verbenas, en matrimonios y quince años, en conciertos abiertos y salones con lámparas finas, en el dancing y en el bingo y en la noche burdelera, se convirtió en multitud, en marea de lágrimas y canto. Una atestada caravana acompañó su féretro durante veinte kilómetros hasta el Cementerio del Este y le interpretó a viva voz el último compás del Alma Llanera para cumplirle al maestro otra de las cosas que había deseado en vida: que en su lápida fuese grabada esa estrofa de la canción de Pedro Elías Gutiérrez, la misma que cuando suena en Venezuela significa que la fiesta ha terminado.

8. BONUS TRACK: LA BATALLA DE SUS HEREDEDROS

“Mi papá siempre fue efusivo conmigo y eso terminó siendo motivo de celos para algunos de mis hermanos. Mi corazón es de ese viejo porque tengo mucho que agradecerle. Él para mí es todo, mi enseñanza, mi vida. Una vez me marcó cuando me dijo: ‘Tú vas a ser el papá que yo no fui’”, recuerda hoy desde Bogotá un José Amable Frómeta con lagunas en los ojos y un bebé recién nacido en el cuarto contiguo. Él tiene otros tres hijos, de su anterior matrimonio, viviendo en Venezuela.

Amable, como prefiere que le llamen, encabeza en la actualidad una demanda legal contra su sobrino Adrián, a quien asegura haber criado como un hijo, porque este vende los servicios de una orquesta con el nombre Billo’s Caracas Boys. De modo que hay dos orquestas, reconocidas y con un Frómeta entre sus integrantes, disputándose el derecho de usar la marca.

La que dirige Amable sostiene un ritmo de quince presentaciones mensuales, acaba de celebrar por todo lo alto 75 años de vida artística y mantiene las tres giras internacionales que realizaba su padre en vida: Europa, con España como consentida, Centroamérica y Estados Unidos, además de decenas de presentaciones en Colombia. Él, por supuesto, defiende la suya legal, histórica y sentimentalmente.

Luis Rafael, el padre del sobrino demandado, falleció a causa del cáncer en 2007. Él y Amable son hijos de Billo Frómeta junto a su última esposa, Morella Peraza, quien se unió al maestro en un noviazgo clandestino en la década de los cincuenta, cuando él se casó por segunda vez; más adelante como concubina, en los setentas y, finalmente, en 1982, como su última y tercera mujer ante la ley. Para conocedores de la historia íntima de la pareja, Peraza fue el gran amor de su vida, pero cuenta Amable que él y su hermano, no en pocas oportunidades, fueron señalados por sus hermanos mayores como “los bastarditos”.

“Nosotros trabajamos codo a codo y establecimos un grado de complicidad genuino, pero después de la muerte de mi hermano algo cambió”, afirma Amable. Su sobrino Adrián pactó con un abogado que trabajaba en la empresa familiar y con Ely Méndez, un vocalista insignia que había tenido la orquesta. Decidió reclamar lo que considera una herencia legítima y presentar a otra Billo’s Caracas Boys en escenarios de Colombia y Venezuela.

Los dos hijos de Morella Peraza habían acompañado a la orquesta desde finales de los años setenta y en la década siguiente tomaron las riendas administrativas del conjunto. Eran ellos —Luis Rafael y Amable— quienes cerraban los contratos y decidían, por lo general con la anuencia del maestro, dónde y cuándo se tocaba. Representaban dos firmas registradas: Billo’s y Orquesta Billo’s Caracas Boys.

“Yo sabía que nosotros vivíamos una fama prestada, porque después de que mi papá estaba en el tope se dedicó más a mi mamá, a sus casas, a su familia, y quedamos al frente del negocio mi hermano Luis y yo”, cuenta Amable. Luis Vicente, a quien apodan Charlie, es uno de los hermanos mayores, de una anterior pareja de Billo. Estudió música en Berkeley y también fue parte activa de la orquesta, primero como instrumentista y luego como arreglista y director musical, hasta dos años después de que Billo falleciera.

La relación entre Charlie, Luis Rafael, Amable y otros herederos del famoso compositor se fue deteriorando. Según la versión del menor de los trece hermanos, Charlie intentó cambiar el estilo de la orquesta para adaptarlo a la corriente del tecnomerengue y después se atrevió a fotocopiar las partituras de su padre para venderlas a otros directores de grupos menores.

Los problemas internos hicieron que varios músicos abandonaran la orquesta y otros volvieran. La familia estaba dividida por culpa de la herencia. Charlie salió y fundó una agrupación propia, mientras que Luis Rafael y Amable colocaron al frente de la dirección musical al saxofonista José Francisco “Kiko” Liendo y al pianista y compositor Juan José Bernal. Según quienes atacan a Amable, el trasfondo de todo fueron los celos y la codicia, porque Charlie es el que conoce de música. El menor se defiende diciendo que Charlie no ha pegado ningún tema con su banda, mientras que el padre de ambos, el genio Billo, pegó todos los que quiso.

Hubo una confrontación tensa en una plenaria convocada por Charlie que terminó de forma violenta. Fueron los trece hermanos vivos, hijos de varias madres. A juicio de Amable, querían que él y Luis Rafael, como cabezas legales, administrativas y operativas de la Billo’s Caracas Boys, se hicieran a un lado. Pero ellos no lo permitieron. Confiesa haber golpeado a uno de sus hermanos. Llovieron insultos y amenazas. “Algunos vivían en otros países y llegaron hasta Caracas. A mí lo que me dolía es que varios no estuvieron en el velorio de papá, pero a eso sí fueron todos. Querían hacerlo a escondidas, pero mi hermano Luis y yo nos enteramos y llegamos antes que el resto”.

La abogada Anita Moraima Dreher Grosch, apoderada de la segunda esposa de Billo, Haydeé Grillo, Charlie y otro de los hijos, Luis Manuel, presentó ante los órganos de la jurisdicción civil-mercantil venezolana un documento autenticado el 21 de febrero de 1990 en el que los hacía ver como representantes de las firmas Billo’s y Orquesta Billo’s Caracas Boys. Sin embargo, ocho años más tarde un juzgado penal en Caracas condenó a la abogada a treinta meses de prisión por uso de documento falso, una pena que le fue reducida a seis meses en una sentencia posterior.

El cuerpo del delito quedó demostrado por una confesión de la propia Anita Dreher, a la postre condenada, tal como consta en el expediente 98-0582 del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) en Venezuela: “...dicha procesada ha manifestado que el documento redactado a fin de darle continuidad jurídica a la firma Billo's Caracas Boys fue autenticado ante el Registro Mercantil respectivo, sin la firma de tres de los herederos legítimos. De allí que esa confesión haga prueba contra ella (...)”. Esas tres firmas que faltaban eran las de José Amable, Luis Rafael y la madre de ambos, Morella.

Ileana Frómeta, la segunda de los cinco hijos entre Billo y su segunda esposa, Haydeé Grillo, rebatió el hecho y aclaró en su espacio digital Billo para todos que “seis días después de la muerte de papá, uno de los hermanos, en conjunto con el señor Telmo Perez, solicitó de manera secreta el nombre de la Billo’s para uso y beneficio propio e, inexplicablemente, le fue concedido”. Afirma que fue gracias a Charlie que esa irregularidad se detectó y se pudo legalizar la oposición del resto de los hermanos. “El litigio, que comenzó en 1990, culminó quince años después con la sentencia definitiva que emite el TSJ. El mismo establece que el nombre de Billo’s Caracas Boys le pertenece no a uno, sino a todos los sucesores. Esto incluye los derechos marcarios, entre otros: sello, logo y lo que tenga la palabra Billo”.

Actualmente, la querella legal entre herederos persiste con la demanda que introdujo José Amable contra a su sobrino Adrián. “La Billo’s fue pasando de mano en mano de personas cada vez más ajenas, musicalmente, y menos capaces de mantener la alta calidad e imagen que papá mantuvo por mas de cincuenta años. A sabiendas de que no podían usar el nombre de la orquesta en Venezuela, Amable Frómeta recurrió al subterfugio de registrar la orquesta en Colombia y presentarla en Venezuela como ‘extranjera’. Paradójicamente, se refiere a ella como perteneciente a la sucesión y, sin embargo, la maneja como un negocio de lucro privado”, expone Ileana Frómeta.

La mejor carta del sobrino, Adrián Frómeta, además del derecho a su herencia por suceder a su padre, hoy fallecido, es que tiene frente al micrófono a Ely Méndez, una voz consagrada dentro de la Billo’s. El argumento de Amable es que la Billo’s Caracas Boys es un símbolo, legalmente una marca que le pertenece a él, y que el único nombre que importa es el de su padre, porque cuando Felipe Pirela, José Luis Rodríguez o Memo Morales se fueron de la orquesta, la Billo’s Caracas Boys siguió siendo la misma, aunque contratara a otros cantantes.

Lo singular en este caso es que quien apoya a Adrián Frómeta es Telmo Pérez, el mismo abogado que en su momento señalaran parte de los hermanos por registrar el nombre de la orquesta en Caracas junto a José Amable, la semana siguiente a la muerte del maestro Billo.

A juicio de Ileana, ninguna de las dos orquestas es digna de llevar el nombre de su padre. Cree que son burdas copias que intentan validarse a sí mismas a partir de una lucha que considera vergonzosa.

Ante la pregunta de si no le duele lo que ocurre con el hijo del único de sus hermanos con quien tuvo una magnífica relación, Amable responde que sí, pero que no hay vuelta atrás. Habla del carácter de su padre, del orgullo y la valentía y de ir al frente por defender lo que para él es un legado y una retribución desde el amor: “Una vez le dije a papá: ‘Me da miedo todo esto porque vamos a ser vistos como los hijos de...’. Yo era un chamo y él me contestó que no me preocupara, que me partiera el culo para que cuando dijeran que yo era el hijo de... eso siempre estuviera acompañado de algo más. Que no sintiera que eso era heredado, que fuera humilde y productivo. Y entre las enseñanzas que me dejó, hubo una que siempre tengo presente porque fue su ejemplo: ‘Nunca permitas que aquello que sientes o quieres ser en la vida sea cambiado por la sociedad, por el entorno ni por lo que otros puedan decir’”.

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* Versión original del texto editado y publicado por la revista Don Juan, en Colombia, para su edición de marzo. * Agradezco la amable colaboración del periodista venezolano Gonzalo Giménez para esta investigacion.

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