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Por ejemplo

Escribe desde la rabia. Desde el dolor. Desde la impotencia. Desde el desasosiego. No hagas como la mayoría, que prefiere el silencio o la mentira. No hagas como yo, que prefiero el baile o la evasión. Sé honesto. Escribir no servirá para una mierda más que para desnudarte, pero así, a pura piel, al menos sentirás el aire y las miradas ajenas. Las miradas ajenas sirven menos, pero te ayudarán a verte. No estás solo: ese es uno de los mayores engaños que te puede tender el cerebro. Tampoco estás realmente acompañado y esa es una contradicción del tamaño del puto Agujero Negro. Aunque no creas que existe el cosmos como algunos dicen que existe, eres responsable del amor que generas. Ese es el cosmos. Ese eres tú. Sé cuidadoso. Sé delicado. Tampoco sirve de nada llorar ni simular frialdad y autocontrol. La frialdad es esencialmente el temblor antes de la parálisis. Y tener consciencia de lo que eres no te hace necesariamente más limpio. Puedes, como yo, ser errático, cobarde y egoísta. Puedes, como yo, estar condenado a tener buena memoria, a ser capaz de reproducir gestos, como las sonrisas y los llantos de aquellos que te enseñan, que te hacen mejor ser humano, aquellos a quienes abandonas. Por ejemplo. Y puedes correr, pero no puedes escribir mientras corres. No de un modo coherente. Escribir exige pausas. Puedes sentir pena al mirarte a un espejo y también puedes escribir sobre el espejo si te has bañado con agua caliente o si tienes un labial a mano. Entonces volverá tu memoria a recordarte quién eres, o qué has sido, o cuáles decisiones tomaste para llegar adonde estás. Pero no seas tan duro contigo. Por ejemplo. Yo soy un hueco, un pobre corazón a medio llenar; de colores pálidos, de miedo, de miedo, de imposibilidades y ganas, de tristeza, de miedo, de ganas y de miedo, soy la torpeza en estado puro, un disfraz anticuado, que falla, que falla y que falla; pregúntale a mis amigos y vecinos, está claro que me cuesta cumplir y por eso desecho una vida sobria y controlada; deseo, no concreto; siento pero me escondo; proyecto y olvido. O peor: simulo olvidar. Sin embargo, incluso así, a pesar de mis desaciertos, escapes y debilidades, construyo miniaturas, para mí y para esas almas que castigo casi siempre sin querer, esas luces que convierten mi médula espinal en un impulso estroboscópico, en un juego pirotécnico, en una hijueputa montaña rusa de cortocircuitos; esos relámpagos de vida tan hermosos, increibles; esas formas de fuerza y coraje que me maravillan y me reducen a lo que soy: una miseria, una partícula insignificante, un respiro entrecortado, un deseo-sentimiento-proyectado, que falla, que falla y que falla; una mecánica caja de huesos y músculos que dice que vive, que escribe que vive, que anuncia que estuvo ahí, porque estuvo ahí y lo recuerda, que piensa de qué manera puede intentarlo mejor hasta alguna vez lograrlo, una vez sola, una; y siendo eso, da la vuelta, regresa a su construcción maltrecha, resiste, levanta la cara y aprieta los dientes. Porque al menos eso merece el amor. Desde la rabia, el dolor o la impotencia. También desde el desasosiego. Porque el estómago arde y eso quiere decir algo. Porque es posible reconocer que a pesar de nosotros y nuestros múltiples errores, fracasos e incapacidades, también algo tenemos que ver con esos brillos ajenos que nos ciegan. Porque nunca estaremos realmente acompañados, pero tampoco nos quedaremos solos. Ni tú. Ni la pena. Ni el espejo. Ni el espejo del espejo. Por ejemplo.


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