Aprendí desde pequeño a no pegarle a los caídos. Créanme, supe dejarlo en evidencia cuando era un adolescente y, por fortuna, me terminé salvando de un par de golpizas por perdonavidas. Ser despiadado es una muestra de debilidad.
Por eso no voy a detenerme en las repetidas y evidentes zancadillas al país ni en las pésimas decisiones políticas que han tomado los voceros y líderes de la oposición, pasando por Francisco Arias Cárdenas (disculpen el sarcasmo, pude haber escrito William Ojeda), Enrique Mendoza, Marcel Granier, Juan Fernández, Orlando Urdaneta, Pedro Carmona Estanga, Henry Ramos Allup, Manuel Rosales (si a mí me matan, y yo me muero), Leopoldo López o María Corina Machado. Ponga usted el nombre y recordará, con el blanquito de los ojos, alguna pifia, un foul tip, dos autogoles, tres fracasos.
Si alguien escribiera un libro sobre las barbaridades que ha implicado el paso de la cuarta a la quinta república, debe responder a la pregunta: ¿por qué, en dieciséis años, los partidos políticos que se oponen al chavismo nunca lograron conectar con más de la mitad de la población votante, salvo en municipios o estados con una base amplia de clase media? Ni el MAS de los años setenta y ochenta fue tan pretencioso y tan segundón.
¿Con quiénes está dejando de hablar eso que mientan oposición, mientras se cambia de nombre y pasa de ser Coordinadora Democrática para llamarse Comando Tricolor y después Mesa de la Unidad? ¿Qué mensajes está dejando de enviar? ¿A qué lugares no están yendo? ¿A cuántos desconocen? ¿Quién desconfía de quién?
¿Cómo es posible que con tanta calle que dicen patear, con tanto posgrado y litros de whisky, al día de hoy lo que muestren sean intentos vanos y una franca división por no ser capaces de amalgamarse en un proyecto que le presente al país soluciones concretas y convincentes, en lugar de críticas feroces a una gestión que ha ganado todas las elecciones, menos una.
Ahora resulta que el dilema será estar a favor o en contra de una constituyente. El año que viene será promover o no un referéndum revocatorio para el mandato del presidente Nicolás Maduro. Y así se les irá la vida, entre decisiones coyunturales que ellos ven como trascendentes o definitivas, mientras el proyecto del PSUV, junto a aliados indisolubles en los sectores populares, los aplasta con formas aún más ortodoxas de hacer política.
No tienen imaginación, no creen en el futuro. La fórmula es la de siempre: anunciar un posible fraude antes de las elecciones, denunciar fraude después de las elecciones, llamar a sus seguidores de piedra a calentar la calle, convocar a un cacerolazo mientras llaman a algún congresista republicano en Estados Unidos, declarar en CNN, diseñar el nuevo modelo del opositor neo-pobre con una figura joven y combativa, invitar a Vargas Llosa para que hable frente a un puñado de medios, intentar algún acercamiento con sectores del Gobierno, buscar un artilugio que les permita salir del presidente —de inmediato— sin que parezca un golpe de Estado. Volver a empezar.
Hace unos días quise darme lo que para mí es un gusto y fui a un buen restaurante chino. Ahí estaba una familia típica de clase media que se quejaba del Gobierno, se quejaba del país, se quejaba de la atención en el local, se quejaba de ella misma y también de la comida, antes, incluso, de que le llegara a su mesa.
Estuve un poco de acuerdo con ellos sobre todo en lo penúltimo. Quise levantarme despacio, acercarme y preguntarles con educación: En este momento, ¿cuál creen ustedes que sería una alternativa democrática para conducir el presente de todos los venezolanos? Pero no, menos mal que me contuve. Comprendí quiénes éramos y nuestras diferencias cuando vi lo que habían ordenado: arroz, lumpias y pollo agridulce.
Hundí los dientes en un Tim Sam surtido y mi degustación de cerdo y mariscos que no estaba nada mal. Respiré profundo y antes de pedir la cuenta me tomé una cerveza. Sentí que podía prever lo que iba a ocurrir en Venezuela en los próximos años, no en materia social, no en materia económica, sino en lo que tiene que ver con la política partidista.
— . —
Columna de opinión publicada originalmente en el portal Contrapunto.com