El periodismo reactivo no lo puede explicar todo y ante un crimen como el que ocurrió esta semana contra el diputado Robert Serra y su asistente María Herrera, una imagen tenebrosa y calcada de la realidad que se vive en Venezuela, el impulso de la audiencia, que se debate entre la incredulidad y el disgusto, entre sus prejuicios y la compasión, define una pesada sensación de hastío.
Esto no es más que un reflejo lógico, incluso previsible.
Las tinieblas son cómplices del morbo. La gente muchas veces suele leer lo que quiere, de ahí que la precisión y el respeto, junto a un lenguaje claro, sean las mejores armas para mostrar argumentos. Pero a veces fallamos.
Frente a la indignación, el ejercicio del periodista se convierte muchas veces en una elección moral. Y en un país en el que todos apuntan al otro con soberbia, nadie podrá estar tranquilo. Ni los vivos, ni los familiares y amigos de los muertos, que por lo general terminan en un estado de difícil trance y explicación.
Caracas volvió a ser protagonista de la violencia una semana más, y luego de días duros y complejos, ha resultado vencedora la polarización como el mismo puñal amenazante de nuestros últimos años. Probablemente también gane la impunidad. Probablemente ya lo hizo la sed de venganza.
Apenas un día después del inicio del Plan Desarme Voluntario, escribí que tres de mis amigos murieron a causa de uno o varios disparos en lugares, momentos y circunstancias distintas. Son estadística y recuerdo. Una espina de mierda pinchando mi memoria. Que quisiera ser optimista, cuando menos esperanzado. Pero no lo soy. Al día siguiente asesinaron al diputado.
La realidad puede llegar a ser desagradable, y ante ella sólo la búsqueda cabal por el conocimiento de los hechos puede contribuir a fortalecer nuestro criterio. O a entender esto que somos.
Tal como ocurrió con el atentado al fiscal Danilo Anderson en 2004, o con el caso de los hermanos Faddoul en 2006, o con el más reciente homicidio a la actriz y modelo Mónica Spears y su pareja en enero de 2014, el caso de Serra ha causado una fuerte conmoción en un país que llora decenas de asesinados a diario por armas de fuego, y donde el margen de error entre las cuentas del Gobierno y las ONG’s encargadas de hacer el seguimiento sobrepasa el 100%.
¿De qué estamos hablando? Es obvio que algo no anda bien.
Sobre el homicidio de Serra, hay dudas y datos que saltan a la luz como la pregunta por la hora y las razones por las cuales se marcharon esa noche los escoltas de su casa; la cerradura no forzada; las armas encontradas en el interior; las cámaras de seguridad que había en su vivienda; el castigo feroz que le propinaron: allegados en su velorio afirmaron que fue maniatado y degollado. O que dos de sus escoltas ya habían sido asesinados en años anteriores. Que Serra estaba al frente de una investigación sobre Lorent Saleh y su supuesta vinculación con el paramilitarismo colombiano. Y que él y su asistente Herrera eran santeros.
Todo esto se supo en menos de 48 horas y gracias a la investigación de la prensa, con sus aciertos y desaciertos. Puede que algunos de estos datos no pasen de ser más que rasgos inútiles de un crimen imborrable, pero otros pueden ser la guía para que en medio del hastío se reduzca la incertidumbre. Y eso, aunque no es explicarlo todo, muchas veces resulta necesario.
Ni Serra ni Herrera habrán sufrido menos por lo que digan y publiquen los medios, ni los dirigentes políticos del chavismo y la oposición, pero en el debate que le corresponde a la prensa en general debería haber una intención de plantear los escenarios posibles con el fin de hallar la verdad, duélale a quien le duela.
Publicado originalmente en Contrapunto.com