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#HablemosDePeriodismo con Alberto Salcedo Ramos

Alberto es un periodista que ostenta dos apellidos como bandera y un gentilicio como definición entre las piernas y el pecho. Las crónicas y reportajes de investigación de Salcedo Ramos, un colombiano que además de cultivar la palabra escrita posee el don de la oralidad, han robustecido medios de su país y el extranjero.

Más que temas, tiene obsesiones que revisita en cada uno de sus trabajos, como el de la violencia intrínseca en Colombia; las vidas de héroes anónimos; el auge y la caída de grandes íconos de la cultura pop. En general, Salcedo Ramos casi siempre habla sobre la Ética, con mayúscula.

En esta entrevista, el profesor universitario, columnista y narrador de no ficción disecciona los errores que suelen cometer los editores y los periodistas miopes. Sin hablar del Junior de Barranquilla, el equipo de fútbol de sus amores, extiende a otros países de América Latina una famosa frase de Gabriel García Márquez: "en Colombia no hay opinión pública sino hinchas".

¿Está el periodismo atravesando una crisis?

Las empresas periodísticas, sí. Tal vez el periodismo no, aunque seguramente esto es romántico. He dicho que Twitter es como el iTunes del periodismo: allí cualquiera descarga o publica titulares, frases noticiosas, memes que sintetizan una información. Muchos se dan por bien servido con eso, y luego ya no quieren ni comprar prensa impresa ni consultar las páginas virtuales de información seria. Twitter es como un banquete inabarcable de comida ligera. Aparentemente hay mucha comida, pero eso, como dice mi abuela, llena el ojo mas no la tripa. Yo sé que estoy frente a un mal editor cuando veo a un tipo empeñado en que su periódico se parezca a Twitter. Los que se afirman en los valores del periodismo, en su importancia para la sociedad y en sus posibilidades para construir memoria, son los que sobreviven.

¿Ves diferencias sustanciales entre el periodismo de hoy y el que se practicaba hace apenas 15 años?

El gran cambio viene de las herramientas tecnológicas y del uso de las redes sociales. Hoy los puristas señalan hacia allí para explicarse la supuesta crisis. Quizá en mi respuesta anterior quedó la sensación de que yo también me inscribo en esa corriente, pero te diré algo: echarle a Twitter o al iPhone 6 la culpa del mal periodismo es como suponer que la infidelidad se debe a los moteles. Resulta muy cómodo y simplista afirmar que la crisis se debe a que hoy cualquiera que no sea periodista profesional divulga contenidos.

Habría que analizar otros factores: muchos medios no se sintonizan con las necesidades profundas de sus lectores, no invierten en construir agenda propia, no tienen enviados especiales que vayan a lugares donde suceden hechos sensibles.

El problema no es que en la redacción sobren iPhones sino que faltan editores, periodistas experimentados, lúcidos, que tengan calle en los zapatos, que tengan mucho oficio acumulado, que conozcan el lenguaje, para que ayuden a los reporteros jóvenes a planear sus historias y a desarrollarlas de manera eficaz. Muchos mal llamados editores siguen creyendo que editar es recortar textos, y esto es algo que hacen a espaldas de los redactores, sin darles la cara, sin enseñarles, sin llegar con ellos a una versión final concertada. Claro, te dicen que no hay tiempo para hacer cosas así.

¿Cuáles características debe tener todo medio de comunicación que se precie de ser una buena referencia informativa?

Credibilidad, capacidad de generar noticias propias que sean replicadas en otros medios, periodistas de gran solvencia moral y que lleven adelante investigaciones de impacto.

¿Cuáles son los medios que sueles consultar para informarte?

Mucha prensa escrita, de Colombia y del exterior.

Muchos portales de noticias se alimentan de contenidos que suministran usuarios en redes sociales, incluso anónimos. En momentos de alta presión y con una competencia feroz por decirlo primero, ¿qué debe hacer un periodista frente a hechos no constatados?

La presión por decirlo primero no debe ser un argumento para fomentar la irresponsabilidad. El periodismo consiste en verificar. Si por no cumplir ese mandamiento incurres en errores, vas perdiendo lo más sagrado que es la credibilidad.

Decía un cura que enseñaba Ética en mi facultad, que la idea de Universidad se va al traste cuando el vicerrectorado administrativo pasa a tener más peso que el vicerrectorado académico, ¿se puede decir que lo mismo ocurre en los medios?

Sin duda. En Colombia había un político que decía que si uno quiere seguir disfrutando los chorizos no debe enterarse de cómo los preparan.

Cuando uno ha estado en empresas periodísticas termina viendo por dentro unas situaciones terribles que causan pesar o indignación. Los periodistas conforman uno de los gremios menos autocríticos del planeta tierra y sus alrededores. Nos gusta mucho el papel de jueces, de críticos, de señaladores, pero pocas veces volteamos el dedo índice hacia nuestro propio pecho, para hacer un mea culpa. La gran verdad es que en muchos medios el que maneja la calculadora con los números, es decir, ese gerente que de noche sale a cenar con sus amigos ministros, le mete el freno de mano al tren de la información.

¿Dónde ubicas la frontera que existe entre el periodismo, a secas, y el periodismo sensacionalista cuando se informa sobre crímenes como secuestros o asesinatos, catástrofes naturales o conflictos armados?

En América Latina muchos periódicos de tradición han ido creando pasquines sensacionalistas para vender información sobre crímenes o desastres. Son pasquines horrorosos que escupen en la dignidad de los seres humanos al publicar títulos como este: “Fue a la panadería y le dieron pan, pan”. Yo me pregunto: ¿será que los periódicos serios pueden lavarse las manos diciendo que ese periodismo de pacotilla no lo hacen ellos sino sus filiales de formato tabloide? ¿Acaso no hacen parte de la misma empresa editorial? El sensacionalismo, en todo caso, va más allá de las noticias de muerte. Es un vicio que distorsiona la forma de mirar la realidad.

En países con alta polarización política, como Venezuela, los periodistas suelen convertirse en militantes de las fuerzas en pugna: Gobierno Vs. antigobierno, y eso influye, por supuesto, en la formulación y el tratamiento de los temas o historias que se cuentan, ¿ves eso como algo necesario, o perjudicial, o más bien positivo para ejercer nuestro oficio?

A mí me parece penoso que un periodista renuncie, de entrada, al deber de dudar, sólo porque el personaje implicado en la información es de sus afectos políticos. He visto esa polarización que tú mencionas, y es realmente lamentable. He estado en cenas de periodistas donde los comensales están divididos por sus simpatías: los de aquí no le hablan a los de allá.

América Latina ha tenido en los últimos años una oleada de caudillos que fomentan una visión maniquea de nuestros países, y muchos periodistas se han dejado afectar por ese fenómeno. García Márquez decía que en Colombia no hay opinión pública sino hinchas, y yo me atrevo a apostar que la frase es válida para otros países. La figura del periodista fanático, en cualquiera de las orillas ideológicas, se ha vuelto bastante común.

¿Qué trabajo estás realizando ahora?

Está tan crudo que me da pudor hablar de eso en público.

¿Cuál fue ese gran trabajo periodístico de 2014 que todo el que está leyendo esta entrevista debería buscar?

Quiero recomendar ‘Guerras recicladas’, la historia del paramilitarismo en Colombia, un libro escrito por la periodista María Teresa Ronderos. Se trata de una investigación portentosa y valiente que no sólo nos cuenta cómo se armaron los escuadrones asesinos de la derecha en Colombia, sino que nos permite entender el país.

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