Incluso cuando se ata al deseo, no es simple mirar al horizonte a ojos cerrados, y, en un cruzar de brazos, acunarse en el tiempo como si fuera un balancín sabiendo que algo va a pasar, aunque no necesariamente sea lo que queramos. Para muchos, ese acto es sinónimo de conformismo, para otros, de paciencia o sabiduría, el primer paso para la construcción de un logro.
Esperar es un aprendizaje. Para los niños, de hecho, resulta antinatural. En un país como Cuba, símbolo de dignidad y oprobio a partes iguales, de resistencia o represión según las fronteras ideológicas, con su antes y después continental, el peso del Estado en la humana cotidianidad es irrebatible.
Se supone, a juzgar por la geopolítica, que algo va a cambiar pronto, después de 54 años de aislamiento. Sus habitantes lo susurran, entre alegrías, temores y desconfianza. En ocasiones, el tiempo insular parece transcurrir más despacio.
En Panamá, abril de 2015, durante la celebración de la Cumbre de las Américas, se jugaron las segundas cartas del porvenir económico y político de un sistema de gobierno cubano que busca refrescarse, y Estados Unidos, el enemigo histórico, tiene una alta cuota de responsabilidad en ese lance.
El fotógrafo venezolano Luis Cobelo fue hasta La Habana a retratar esa espera entre la gente, a partir de la casualidad y los oficios. Desde una frase y la consulta: si te preguntaran si esperas algo, ¿qué responderías? Escapando a los lugares comunes del malecón habanero y sus famosos carromatos, de las ruinas y los tendederos, aquí hablan los rostros.
Amelia Tejera. 77 años.
Vendedora en una panadería en el centro de La Habana. Risueña, cuenta que tiene casi toda su vida trabajando allí. “Yo lo que espero es salud para mis hijos y para mis nietos, y que en todo les vaya bien”.
Virginia Molina. 61 años.
Maestra. Le da clase a ancianos y jubilados. Vivió muchos años en un edificio que el Gobierno desalojó para restaurar. La obra fue culminada, pero a ella no le permitieron volver. Hoy vive en una casita prefabricada que le otorgó el mismo gobierno, muy cerca.
“Yo soy de la generación de los que no esperamos nada”.
Noelsy Benítez, 24 años.
Quiere ser modelo y casarse con un extranjero.
“Espero viajar, pero siempre regresar a Cuba, tener una familia y estar cerca de mi hermana gemela”.
María Izquierdo. 33 años.
Artista contemporánea y guía turística personalizada. Hace performances a través del desnudo.
“Espero ser reconocida por mi verdadero talento, que es ejercer mi sensibilidad”.
Luis Trápaga. 53 años.
Artista Plástico y escritor. Es el esposo de Lía Villares, un conversador natural. El escepticismo, dice, le ha hecho perder el miedo.
“Tu tienes que ser cubano para estar metido en la dinámica cubana, para darte cuenta de qué coño es esperar. Yo espero algo, pero me cuesta mucho trabajo decirlo”.
Lía Villares. 30 años.
Bloguera y promotora cultural. Es la nueva bajista de Porno Para Ricardo.
“En Cuba hay mucha gente que se pasa la vida esperando. Yo trato de vivir el día a día sin esperar mucho del mañana, yo quiero actuar”.
Gorki Águila. 46 años.
Líder de la banda de punk Porno Para Ricardo. Es un agitador político y actualmente su agrupación tiene prohibido participar en conciertos. Ha estado detenido en varias ocasiones.
“Yo estoy fingiendo a los ojos del estado policial que no espero nada. Lo que quiero es estar contento día a día. Ser feliz. A lo mejor esa es mi espera, no perder mi perspectiva, tener algo que no me desapasione”.
Carlos Manuel Marín. 64 años.
Se condiera un lector, sobre todo. Nunca en su vida ha salido de La Habana, pero dice que conoce al mundo a través de los libros. Era hijo único y su madre murió. Hoy vive solo.
“Con estas nuevas medidas con Estados Unidos debemos profundizar el desarollo y el bienestar de la nación, tener los pies bien puestos sobre la tierra”.
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