Cuando se acerca su cumpleaños o su fecha de muerte, cuando se me cruza algún recuerdo desde un lugar, un sabor, un chiste o una fotografía, cuando es navidad o, como ahora, se celebra el día de las madres, siempre recuerdo a la mía y por lo general termino con un puño de arena en el lugar donde estaban mis amígdalas. Casi sin falta sonrío y aprieto el culo para no llorar porque sé que es innecesario y no tiene sentido.
Esta mañana, justo después de despertar, volví a pensar en mi madre, en cómo sería su vida y en cómo sería la mía si un cáncer no la hubiera borrado en pocas, poquísimas semanas. Agradecí la presencia de mujeres fuertes y amables que me han dado, incluso sin merecerlo, una confianza repleta de abrazos. Y entonces recordé este trabajo de Luis Cobelo que publico a continuación, uno sencillo y franco y al mismo tiempo de los más difíciles que me ha tocado editar.
Se trata de un texto que te restriega la cara contra una fosa cultural: una muestra concreta sobre la criminalidad, la injusticia y la impunidad que reinan en Venezuela. Una serie de retratos y microrelatos sobre el más absoluto desconsuelo, el de una madre a la que le asesinan a su hijo.
Quienes están en el poder y –peor– los que defienden a toda costa a quienes están en el poder, suelen contraatacar por encima de sus propias miserias culpando a los medios por "sensacionalistas", porque ahora resulta que pornográfica no es esta realidad cruel y desalmada, sino la ventana que abrimos para que puedas verla.
El próximo domingo recordaré a mi madre una vez más y sentiré un vacío amargo que durará pocos minutos, pero estas mujeres que siguen a continuación y representan a decenas de miles, sentirán algo peor, algo más fuerte, algo que no estoy en capacidad de describir. Celebrarán su día a medias, o no lo celebrarán, porque algún asesino les quitó de un tiro el deseo natural de poder hacerlo.
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Asesinan a más de una persona por hora en Venezuela. Este dato macabro, de una u otra forma, lo manejamos todos, pero, ¿nos sacude y nos conmueve? ¿O nos hemos habituado al horror?
Las cifras de un estudio global publicado por la ONU el año pasado afirma que la tasa de homicidios de nuestro país en 2012 fue de 53,7 por cada 100 mil habitantes, apenas superada en América Latina por Honduras.
Más recientemente, un intenso debate hizo saltar al entonces Ministro de Interior, Justicia y Paz, Miguel Rodríguez Torres, para aclarar que en 2013, según las cifras del Gobierno central, la tasa disminuyó a 39 por cada 100 mil habitantes.
Maquillar números como si fueran cadáveres para decir que estamos peor o mejor, no impide afirmar que, siendo optimistas, unas 40 personas mueren a diario de forma violenta en el país. Es un hecho. Los fines de semana, esta cifra puede elevarse hasta 70 solamente en Caracas, la capital. Estos crímenes ocurren por secuestros o robos de un celular, un auto o cualquier objeto que el delincuente considera de valor; también por razones tan dispares como discusiones en el tráfico o mirarle la novia al asesino.
Al igual que en otros países del continente, Venezuela padece de problemas estructurales. Existe aún un alto porcentaje de pobreza y las diferencias entre clases sociales son enormes. Hay corrupción y nepotismo en el Gobierno. La inflación es la más alta del planeta. Pero el mayor de los problemas es la violencia, que afecta a todos: policías, estudiantes, altos funcionarios, deportistas, músicos, amas de casa.
E hijas. E hijos.
¿Cómo se puede sentir una mujer que debe despedir a su hijo para siempre con el cuerpo abaleado? ¿Qué queda detrás de su mirada?
Las madres que se ven en este proyecto de Luis Cobelo tienen que vivir con la pérdida de sus hijos y, como si no bastara, también deben luchar por conseguir justicia. Lamentablemente, la impunidad es casi un sinónimo del sistema judicial venezolano.
ALBIS
Albis Hernández es la mamá de Esteban, un estudiante de 17 años que murió por los disparos que efectuó un policía en un supuesto enfrentamiento. Esteban iba de parrillero en una moto que conducía un amigo del liceo. Ambos usaban sus uniformes de estudiante con camiseta beige. A unas cuadras de donde los interceptaron los oficiales, se había producido un robo en una panadería; el dueño había declarado que los atracadores eran jóvenes. A Esteban y a su amigo les dieron la voz de alto. Se asustaron y siguieron, cuenta la madre. Uno de los policías disparó y le dio por la espalda a Esteban. Murió en el sitio. Posteriormente, el dueño de la panadería los identificó. No eran ellos los ladrones.
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CONSUELO
Consuelo Palacios es la madre de Richard Alexander, muerto por un balazo en la cabeza cuando iba al supermercado para hacer compras. Todos los días, Consuelo se pregunta por qué mataron a su muchacho. Lo único que tiene claro es que unos hombres lo atacaron con bates, y luego lo sentenciaron de un disparo, o quizá dos, eso no lo sabe. O no lo recuerda. Ya qué importa. El cuerpo de Richard fue encontrado dos días después en un terreno baldío cerca del supermercado al que nunca llegó.
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GLORIA
Gloria es la madre de Omar, el niño de 9 años que murió en medio de un tiroteo cuando regresaba de la escuela. Ella vive en una de las zonas más peligrosas de Petare, en Caracas, en lo alto de la colina, donde la ley la escriben a fuerza de balas chicos de 15 a 20 años. Suelen llevar sus psitolas, dice la mujer, en las manos o en el cinto y a la vista de todos. Omar y su mamá se bajaban de un pequeño autobús cuando fueron sorprendidos por uno de los habituales enfrentamientos armados que hay en la zona. Gloria lo llevaba de la mano y sintió el peso de su cuerpecito al caer. Una bala perdida encontró su cabeza. Salió, cuenta, de las pistolas de esos muchachos, borrachos, drogados, da igual.
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MARÍA DEL CARMEN
Las fotos son de Ronnie y Jorge. Están en una esquina de la casa de María del Carmen Gallego, su madre. Ambos fueron asesinados por bandas de delincuentes en el barrio donde vivían. Por esa razón, María del Carmen se mudó. Unos malandros del sector amenazaron con matar al otro varón que le queda. Sabe que sus hijos no andaban en asuntos legales. Se quisieron salir, pero no los dejaron, dice. Hoy, le queda el consuelo de criar a la pequeña hija de uno de ellos.
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MARIA HELENA
Ella es Maria Helena Delgado, una sobreviviente. Tres de sus hijos fueron asesinados, más un nieto. Su hijo Wilmer, de 39 años, murió cuando le dispararon en la cara al descender de un autobús, en medio de un tiroteo entre pandillas. Su otro hijo, Yender, de 20, recibió tres tiros y murió en el hospital tres días después. Su hija Eliana, de 12 años, recibió un balazo en la cabeza y murió al frente de su casa. Su nieto, Erasmus, de 20, murió por una bala perdida. Guarda fotos, trofeos, recuerdos, y muchas preguntas huecas en torno al significado de justicia.
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OLGA
Olga Salas es la madre de Julian Julian, cariñosamente llamado J.J. Vivía en Barquisimeto y lo mataron para robarle el carro. El asesino, finalmente, no se llevaría el vehículo. J.J. era veterinario, de los buenos, según cuenta su mamá. Un mediodía fue a comprar un pollo asado y cuando subió al auto de regreso, vio venir a un hombre con un revólver en la mano. Al parecer, cuenta Olga, hizo un gesto que no le gustó al pistolero. Cuatro, cinco o seis tiros entraron en su cuerpo en dos segundos. Por nada.
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YNGRIS
Yngris León es la mamá de Williams. Ella está segura de que su hijo fue asesinado en una fiesta en la calle por un hombre que en ese momento era novio de la Miss Universo venezolana Estefanía Fernández. ¿La razón de este crimen, ocurrido en Mérida? Williams trató de mediar en una pelea entre un amigo suyo y quien terminó de arrebatarle su vida con un balazo en la cabeza. Julio Marcolli Peresi, a quien Yngris acusa de ser el asesino, huyó del país y nunca fue juzgado.
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CARMEN
Carmen es la mamá de Jimmi Vargas. Ella insiste en que su hijo fue masacrado por balas de goma y asfixiado con gases lacrimógenos, y que esto lo hizo caer desde el techo de una garita de un edificio en San Cristóbal. Se golpeó la cabeza y eso le terminó de causar la muerte. Mientras estaba en el suelo, aún vivo, dice Carmen, unos efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana que repelían las manifestaciones en febrero de 2014, continuaron disparándole balas de goma y lanzando bombas lacrimógenas a corta distancia. Lo último que le dijo Jimmy a su madre por un mensaje telefónico fue: “hágame una comidita para amortiguar, que ya voy para la casa”.
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JENETH
Bassil Da Costa es la imagen de una resistencia. Jeneth, su mamá, no supo de su muerte hasta muchas horas después de que el joven cayera abaleado en una esquina del centro de Caracas. Efectivos del Sebin jugaron al tiro al blanco con personas que protestaban esa mañana del 12 de febrero de 2014. Una bala acertó en la cabeza de Bassil. Todos lo vimos.