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No hay chavista malo (Redux)

Que está mal plagiarte, citarte, fagocitarte, lo suficiente como para no hacerlo. ¿Por qué? Entre otras cosas porque se supone que la razón te la deben dar otros, no tú mismo, o que siempre habrá lecturas más frescas, lúcidas y atinadas que las tuyas, a las cuales deberías acudir para sustentar tus ideas. Eso lo entiendo, pero en este caso no me importa.

Cuando escuché que Luis Britto García, de quien confieso que he leído poco como para hablar de él o sus posturas, dijo que el Presidente debe divulgar "la lista de todas las empresas y personas que defraudaron al pueblo venezolano, y de los funcionarios implicados", refiriéndose a la que probablemente sea la estafa financiera más grande en la historia de Venezuela y que alcanza –según el propio Nicolás Maduro– los 60 mil millones de dólares, recordé el texto que leerás más abajo.

Dice Britto García algo tan obvio que se esconde, aunque ya antes lo habían advertido otros voceros: "esos dólares (de Cadivi) fueron entregados por alguien y entregados a alguien". ¿Cuál es la novedad? Que quien lo afirma en un acto público no es un candidato de la oposición a la Asamblea Nacional, sino uno de los llamados intelectuales más respetados en las élites del oficialismo, y que la primera difusión no la hicieron pasquines digitales como Dolar Today o Maduradas, sino el propio Ministerio de la Cultura, a través de su cuenta en Youtube.

Bien. Lo que leerás lo escribí en abril de 2012, hace más de tres años, y pretendía ser un aviso teledirigido al chavismo en campaña, seguro ganador de las siguientes elecciones presidenciales, que aún ejecuta en buena medida la trampa comunicacional de atacar al bandido que abunda y salta de sus filas, diciendo que no, que ese no representa al chavismo, aunque cuando declaraba en nombre de la revolución era poco menos que un santo. Si no, que me desmientan Eladio Aponte Aponte, Rafael Isea y Herbert García Plaza, por citar solamente a tres que en ese momento eran parte de ese enemigo real que mandaba en sus trincheras.

La muerte de Hugo Chávez implicaba un cisma en las filas de su movimiento político, era inevitable. Hoy el chavismo está redefiniéndose desde lo inminente: en los próximos años el ejercicio del poder se va a reconfigurar. El aparato gigantesco del Estado que crearon protege a sus funcionarios corruptos, incluido el alto rango militar, pero puede moverse como una placa tectónica y ocasionar derrumbes y destrozos, especialmente en una idea que les servía mientras Chávez estaba vivo, no para decir que ellos son buenos, sino que el otro, el opositor, el "pelucón", el derechista, ese sí que es malo porque no defiende a ciegas lo mismo que ellos.

Por cierto, estoy de acuerdo con Luis Britto García: los nombres de esos ladrones no solamente deben hacerse públicos, sino enfrentar un juicio, porque para eso y no otra cosa existen las leyes. Diferente es lo que podamos adivinar respecto al descenlace que va a tener este hecho.

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No hay chavista malo

No es que esté un poco lejos de ser un revolucionario, es más simple: no lo soy. Y voy más allá, a esta edad, con estas rodillas, estas canas y esta barriga de caricatura, no lo seré nunca. Tampoco me importan la salvación de las tortugas, los delfines, los pandas o los osos frontinos, en caso de que todavía existan. La lucha de los ecologistas por su preservación puede ser una causa justa y maravillosa, pero es, para mí, como la halterofilia, la santería, la pesca submarina, el boxeo patada o la filatelia, no tengo ningún tipo de contacto con eso y poco me interesa. Lo mismo me pasa con los ideales de la lucha armada y eso que llaman movimientos sociales de base.

Aunque muchas veces me ha interesado saber que otra persona está bien o puede estar mejor, siempre que me toque escoger entre beberme media botella de vodka junto a dos chicas, o ayudar a unos damnificados que están al borde de la muerte en una ciudad vecina, me inclinaré por la primera opción, sin dudarlo. Trataré de quedarme con las dos mujeres esa misma noche y, si puedo, con otra botella más que salga de sus carteras. Es probable, incluso, que llegue a robarle un trago a una de esas mujeres si estoy borracho cuando ambas se levanten para ir al baño, y que después haga el ridículo bailando solo en la pista. Esto es algo que jamás dirá un revolucionario serio, por ejemplo, Diosdado Cabello.

Perdón, estoy tosiendo.

Estamos de acuerdo, ser chavista no es ser revolucionario, y no todos los chavistas son como Diosdado Cabello. Si todos tuviéramos tanto dinero, ¿dónde lo pondríamos?

He leído párrafos de escritores, periodistas, historiadores y sociólogos que alaban a Chávez, creen en él y en su proyecto. Esas lecturas me han enseñado que este gobierno tiene raíces fuertes y luces que suelo obviar y tienen que ver con darle protagonismo, virtual, escaso o efectivo (eso no me toca a mí reconocerlo) a pobres y excluidos.

En esas mismas frases también he confirmado que en el gobierno hay funcionarios corruptos, que la burocracia es inocultable y que hay aprovechadores, matraqueros y gente fea y violenta en sus filas, que este es un gobierno clientelar, sí, y que hay muchos “revolucionarios de slogan”, pero ojo, mucho ojo camaradas, estos (perdón, ahora estoy sonriendo), precisamente estos sujetos chimbos y peligrosos, aunque usen franela roja, agiten banderines de Chávez y dejen el alma en cada grito del uh, ah, no son revolucionarios.

Claro. Pero aquí viene la caída: tampoco son chavistas verdaderos. No, señor. Le sirven al chavismo para mantenerse en el poder, pero no son chavistas. El juego de la política tiene sus trampas, mosca con una vaina.

Un chavista genuino, lo que se dice chavista puro, es leal, fiel, responsable, noble, desprendido y honesto. Si roba está podrido y si está podrido es adeco. O copeyano. Dígalo ahí, Mario Silva. Si se atreve a convertirse en un hipercrítico es de derecha, o de ultraderecha, pregúntenle al pobretón de Farruco Sesto. Si se queja por algún problema de la comunidad es que está confundido y de inmediato se le explica que no debe hacerle el juego al enemigo. Es más, si ataca a Chávez está con el verdadero poder, que es el de las corporaciones, los latifundistas (oh, adoro las contradicciones), los bancos y el Pentágono, pura mafia económica que nada tiene que ver con los gobiernos del mundo, obvio: Cuba y el Vaticano incluidos. De los petroleros, para qué seguir ¿Verdad, Izarra?

Tal como se ha planteado el debate político que nos sigue despertando de coñazo, de aquí y hasta el próximo 07 de octubre, todo lo que señale la mala gestión de los mandatarios del PSUV, un hipotético abuso de poder de sus voceros más visibles, otro nuevo error asumido desde el Ejecutivo, un enfrentamiento entre grupos políticos organizados, no nacerá desde la preocupación por tener una mejor ciudad, o un mejor país y un espacio digno para vivir (en mi caso, aquella pista de baile con la media de vodka y las dos chicas, para que no se me confundan).

Qué va, mami, a otro con ese beta. Eso es una campaña, una estrategia electoral, una componenda podrida de sectores desestabilizadores que orquesta la CIA. Una vaina del Comando Tricolor. Pura guarimba.

Estamos en guerra y en las guerras la primera víctima es la verdad, pero esto es solo una parte de la mentira. Aquí en Venezuela, chavistas y antichavistas estamos olvidando que vivimos en una paradoja: el poder es del pueblo verdadero, pero la única opción que tiene el pueblo se llama Chávez, que llegó a gritar frente a una multitud “viva Chávez”. Y si el hombre se muere, después del dolor, la desolación y la duda, quedará algo parecido al vacío: vaya revolución la que reposa sobre los hombros de un único hombre. Camarada.

En el poder no seguirán los revolucionarios genuinos, sino mercenarios realmente empoderados como Diosdado, Farruco, Carreño y compañía, esa gentuza que, como dicen muchos chavistas confesos, engaña al presidente, porque él es más bueno que la sávila y sabe más que el pescado relleno, pero no logra descubrir a los farsantes que lo rodean. Podemos intuir que los Miquilena, Rosendo, Baduel, Bravo, Manuit, Falcón, Briceño y sus etcéteras han sido solo accidentes que sirven para decir que antes fueron santos y ahora demonios, o viceversa. Los intereses se modifican al antojo de las circunstancias.

Si los chavistas escrutaran a sus funcionarios en el poder como lo hacen con los Estados Unidos, el sector privado y los opositores, y los antichavistas criticaran con la misma fuerza los desmanes de los empresarios y las bestialidades propias del capitalismo –Henrique Capriles y todo lo que se le parezca incluido– como lo hacen con el gobierno; si todos calmaran un poco sus ansias por sentirse poderosos y apadrinados, quizá podríamos comenzar a hablar de una sociedad no que ya camina, pero sí que comienza a dar su primer paso hacia una idea clara de justicia. Pero vienen las elecciones: es tiempo de mentir. Y de ganar, porque de eso se trata. Lo otro es superfluo, innecesario. Un ajuste que solo le importa a los hippies. A los ecologistas. Ya habrá tiempo para eso, para salvar al mundo. Ptuaj.

En un diálogo que leí hace años de una novela corta de Manuel Vázquez Montalbán, uno de sus personajes decía que todo país de mierda necesita dos excusados. Yo no puedo decir que me parezca que Venezuela es una cloaca, pero sí que la descomposición a la que se refieren los destructores y los aduladores de Chávez, es parte de una propaganda que no cesa y tiene un solo fin: aplastar a todo aquel que opine distinto, ajusticiarnos moralmente. A todos. Es una pelea de titanes. Y allí entran, no sin darse cuenta, los que defienden con experticia académica y callejera las aberraciones de los abusos de poder. Los que justifican la violencia criminal. Los que aseguran que hay gente mala, pero si no son del otro bando, están disfrazados.

Es obvio que la estrategia actual de la oposición pasa por apropiarse de un discurso hueco que le pertenece a Chávez y su larguísima y pésima gestión. Pero acabar con cualquier posibilidad de diálogo y construcción real, en la que siete u ocho millones de personas sienten asco por lo que opinan y defienden otros seis o siete millones, y donde todos ellos, juntos, aseguran que el resto: abstencionistas, emos, abúlicos, evasivos, son unos perdedores que no merecen ni nombrarse porque le hacen el juego al contrario, es para bajar las cartas (o las piedras de dominó), retirarse de la mesa y olvidarse de la partida.

¿De qué coño hablamos cuando por defender nuestra justicia nos olvidamos de aplicarla sin la venda en los ojos?

A mí me gusta esta frase que le atribuyen a Rosa Luxemburgo: “La libertad, sólo para los miembros de gobierno, sólo para los miembros del partido, aunque muy abundante, no es libertad del todo. La libertad es siempre la libertad de los disidentes. La esencia de la libertad política depende no de los fanáticos de la justicia, sino de los efectos vigorizantes y benéficos de los disidentes. Si “libertad” se convierte en “privilegio”, la esencia de la libertad política se habrá roto”.

Yo no quiero que mis pocos panas chavistas dejen de serlo, porque tampoco creo que a ellos les interese que yo defina una postura distinta a la que tengo, y eso lo respeto. Además, sé que varios de ellos, a diferencia de mis panas opositores, que son más, tienen ese germen revolucionario que a mí me falta u olvido con gusto cuando salgo a tomarme mis siete vodkas con dos mujeres en una pista de baile. Pero sí quiero que no se engañen y que una vez que ganen, que vuelvan a ganar, no se callen por temor a perder al mejor de los aliados en el poder. Y sobre todo, que no confundan al enemigo real.

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