La capacidad de sorpresa, los adjetivos y un estómago preparado para digerirlo todo nunca van a desaparecer, pero eso no quiere decir que se pueda relativizar cualquier horror. Si pensamos en un bienestar común, no es separando a la gente a partir de sus creencias como vamos a conseguirlo.
La ciudadanía en Venezuela se ha deteriorado frente a la asumida imposibilidad del gobierno para crear líneas de comunicación honestas con sus adversarios, y también frente a la pobreza argumentativa de los factores que pugnan por el poder y mienten de forma compulsiva, demonizan las diferencias o degradan cualquier opción de pensamiento alterno.
Una de las condiciones vitales de la política es el diálogo, algo que se esfumó de la práctica habitual, del ejercicio cotidiano, de bajo y alto vuelo en el país. Pero resulta que el diálogo nos humaniza, como lo hacen la creación y la reflexión frente al hecho artístico, público, constructivo. ¿Cuánto de eso sobra hoy en el mundo? ¿Cuánto en Venezuela?
¿Cuál es, por ejemplo, el discurso oficial instalado, tanto en el gobierno como en la oposición, sino una línea plana que define a unos como malos y a otros como buenos? Dioses y demonios. Qué predecible y desgastante. Se siembran reconcomios sobre los que va a germinar el odio. Eso, a la postre, no sabemos con exactitud cómo va a terminar, pero sabemos –todos los sabemos: chavistas, antichavistas, ni-ni, no-no, leopoldistas, maduristas, distraídos, caprilistas– que va a terminar mal.
La corrupción tiene escalas y dimensiones, cómo no, con vértices grotescos por parte de gobernantes y empresarios, pero creer que es exclusividad de un partido político o de una compañía es no querer ver las cosas como son.
El historiador brasileño Leandro Karnal, una mente brillante y universal de quien copio sin vergüenza muchas de las ideas que aquí vomito porque las comparto a cabalidad, acierta cuando apunta que “la marcha de la historia es un espectáculo terrible de atrocidades”, para aplacar un poco la mirada de escándalo frente a nuestra época y sus realidades, dominadas por la violencia y la vanidad, y recordar que aunque varían los mecanismos de crueldad, no es la semilla del mal la que germina en nosotros, sino que nosotros, la humanidad: venezolanos, colombianos, estadounidenses, chinos, rusos, negros y blancos, pobres y ricos, judíos y mormones, liberales y conservadores, comunistas y capitalistas salvajes, gobernantes y ciudadanos, somos el mal.
No escribo esto para atenuar lo que considero una conducción espantosa de la república que me vio nacer y crecer, pero rechazo la simplicidad feliz con la que muchos despachan cualquier evento, cualquier problema, incluso mayor, atacando y señalando al otro como si se tratara de un macabro juego de espías.
Lo que sigue no es una mirada distante porque haya salido de mi país hace poco menos de tres meses, son preguntas honestas que me he hecho durante los últimos 15 años, por lo menos: ¿Viven los seguidores más fanáticos del gobierno y de la oposición en realidades paralelas? ¿Vive cada polo en una realidad virtual? ¿Es el Estado, con sus poderes secuestrados por el gobierno chavista, lo suficientemente grande como para arropar, proteger o convertir en cliente a una mitad del país?
¿Por qué, en medio de la lucha, han menguado la solidaridad y la honestidad? Y no se trata de plantear, porque tampoco es mi intención, que hace 30 o 40 años era mejor con los gobiernos de AD y Copei. No. Aunque hace apenas una década, a pesar de la división, sí creo que éramos más cercanos, o menos egoístas.
¿Será acaso la telepolítica, con su discurso agresivo, la que nos ha hecho tanto daño? De ser así, me pregunto y les pregunto: ¿Quién es o qué es este gobierno, que como el más desconfiado de los solitarios, por no dialogar sino con su espejo, necesita de forma desesperada que todos lo escuchen a diario en radio y televisión?
Asistimos al selfie constante de un heroísmo con pies de barro: con nosotros se come mejor, con nosotros se ríe mejor, con nosotros se rumbea mejor, con nosotros se vive mejor. Clic, un chistecito y jajaja. ¿Es realmente necesaria tanta propaganda? ¿Para qué? ¿Cuál es, en realidad, el mensaje que se quiere dar? ¿Necesita el chavismo otorgarle siempre a sus acciones un sentido glorioso? ¿No es esa una carencia, esencial y evidente? ¿Y la oposición, a través de sus voceros, con quién conversa? ¿Con algo más que su propio eco? ¿Dónde están, pues, la ciudadanía, el derecho, la política, carajo?
Por supuesto que los medios en general, en manos de sus directivos, y me incluyo, también tienen su cuota de responsabilidad. A mi juicio porque nuestra velocidad y apetitos contemporáneos han permitido la dominación de la información rápida, transitoria, efímera, muchas veces vacía, por encima del razonamiento reflexivo. Hay que vender. Eso puede llegar a ser alarmante, pero es una viruta en un incendio comparada con las ruines intenciones de quienes pretenden suplantar verdades por artificios.
Todo proyecto de exclusión, y el poder establecido como gobierno en Venezuela ha admitido serlo, es una atrocidad, pero no se puede responder en los mismos términos, con métodos a partir del insulto y la retaliación, so pena de igualarnos en sus malsanas intenciones. Negar al otro dice más del ser que niega, que de aquél que es negado.
Entonces, ¿cómo nos encaramos? Señalar, acusar y culpar al otro no será suficiente para resolver ningún conflicto. Y en este momento –¿quién puede negarlo?– en Venezuela se vive uno que aún, pese a los lamentos y críticas de muchos, me vuelvo a incluir, no ha llegado a su máxima expresión. Un año no es una vida y un lustro no es una eternidad, aunque poéticamente podamos usar recursos para decir que la inmortalidad cabe en cinco minutos.
A riesgo de parecer ridículo o ser acusado de (pésimo) articulista de autoayuda, si has llegado hasta aquí, estimada, querido, amiga, desconocido, dedícate hoy a la tarea de revisar qué coño has hecho por lograr que tu entorno sea un lugar mejor sin menospreciar al que no piensa como tú. ¿Necesita tu interpretación de la vida una revancha para sentirte bien? ¿Tus redes sociales son un foro público o una obvia celebración que manosea tu ego, tu sentir y tus convicciones? ¿Te gusta comerte la luz? ¿Haz pagado para evadir la ley? ¿Disfrutas el linchamiento moral?
Recuerda que después de ti vendrán otros. Las naciones se fundaron con lanzas y sangre, pero el bienestar colectivo depende de unas cuotas un poco menos violentas y viscerales. No actúes como si cualquiera de nosotros pudiera en realidad llegar a ser inmortal, somos apenas simples y solitarios seres humanos, con diferencias sustanciales, a veces irreconciliables, pero no por eso susceptibles de desaparecer. Querer borrar al otro es convertirte en un criminal contemporáneo, eso a lo que seguramente te opones, eso a lo que no quieres parecerte.
Columna de opinión escrita para Contrapunto.com.