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Monólogo bipolar de un fanático con sangre Vinotinto en tres actos

¿Cuáles serán las cavilaciones típicas de un seguidor a ultranza de la selección venezolana de fútbol, luego de la rabia y el desánimo que sobrevienen a toda derrota?

¿Cómo se hablará a sí mismo un fanático, según los tópicos que rebosan las redes sociales: berrinches, arrebatos, insultos, defensas y ataques a la selección nacional? ¿La responsabilidad es de Noel Sanvicente, de sus jugadores o de todo el conjunto?

Análisis aparte, este extraño ejercicio de ficción intenta burlarse de los extremismos, de las lecturas planas y previsibles que todo futbolero suelta con cada pérdida de pelota, de las sensibilidades a flor de piel y, sobre todo, de mí mismo.

UNO

—¡A ese carajo hay que botarlo! —gritó seguro el fanático frente al espejo del baño antes de tragar aire. Achinó sus ojitos y besó el escudo de la camiseta Vinotinto que le había regalado su novia después de caminar como loca en el mercado de El Cementerio.

—No, chico, calma. Este ciclo apenas está empezando —se respondió a sí mismo, más reflexivo, mientras respiraba acelerado y apretaba en su puño la impotencia por la derrota. Entonces comenzó a recordar en voz alta—. Desde que expulsaron a Amorebieta en aquel partido contra Perú en la Copa América, Venezuela ha sido un manojo de nervios, un colectivo disfuncional. Juega feo y con pocas ideas, no crea peligro, comete errores y resulta inoperante e inofensivo.

—Por eso digo: que boten a “Chita” y se arregla el peo.

—Los jugadores no solo han fallado en conseguir el objetivo de marcar más goles que el rival, sino que en los últimos seis juegos: las derrotas ante Perú y Brasil en Copa América, la derrota contra Honduras y el tibio empate contra Panamá en los amistosos, y después las derrotas ante Paraguay y Brasil en el Premundial, no generaron, en promedio, más de cuatro ocasiones claras de gol por partido.

—Ahí está. ¿Me vas a decir que “Chita” lo está haciendo bien y tal?

—No creo.

—Entonces, ¿Venezuela pudo haber ganado alguno de estos dos últimos partidos?

—Tampoco.

—¿Y a quién hay que quitarle la cabeza?

DOS

—Es cierto que después de más de un año dirigiendo a la selección, al cuerpo técnico se le agotó la excusa del “poco tiempo de trabajo” al frente del equipo. Si bien cada juego exige tácticas diferentes, Noel no ha logrado definir un once titular sólido y confiable, especialmente en la zona de volantes creativos.

—¡De bolas! ¡Que renuncien! —insistió con furor mientras su otro yo seguía enumerando.

—En Copa América alineó siempre a Ronald Vargas, Juan Arango y Alejandro Guerra desde el inicio, y dos de ellos fueron sustituidos en todos los partidos. En el amistoso contra Honduras salió con Vargas y Guerra detrás de dos delanteros, y en el amistoso contra Panamá usó como volantes a Guerra y Alexander González.

—Ajá, ¿y ahora, en el inicio de las eliminatorias?

—Contra Paraguay abrió con una dupla inédita: Jeffren Suárez y César “Maestrico” González, quienes salieron en el segundo tiempo. Y contra Brasil volvió a alinear a Vargas y a Guerra, pero ambos se vieron tan flojos que jugaron apenas los primeros 45 minutos.

—Coño, viejo. Entonces mírame de frente y dime: ¿la culpa no es de “Chita”? —se retó ahí mismo, sobre el lavamanos. Y vio una pequeña mancha de pasta dental que comenzó a limpiar con algo de rabia.

—No, chico, la culpa no es de “Chita” —se respondió luego de unos tensos segundos de silencio. Tenía dos lagunas en los ojos.

—Nojoda, tú estás loco, vale. ¡Lo que pasa es que te encanta llevar la contraria! —quería pegarle al vidrio.

—Contra Paraguay, la derrota no fue por culpa del planteamiento táctico, fue por un error infantil que cometieron Vizcarrondo y Baroja hacia el final. Está bien, no se puede ganar si no disparas al arco contrario, pero tampoco puedes perder si no te hacen goles.

—¿Y contra Brasil? ¡No jugaron a nada!

—¡Carajo! Con un gol antes del primer minuto, tú me dirás —comenzó a levantarse la voz—. ¡Un error tras otro! ¿Viste el tercer gol de Brasil? Amorebieta estaba marcando a Oliveira, ¡un delantero del montón que tiene 35 años!, lo tenía a medio metro e hizo un movimiento torpe y amateur. De los cuatro goles que nos hicieron en los dos partidos, tres fueron responsabilidad directa de las decisiones que tomaron los jugadores en ese momento. Así ni que traigas a Del Bosque, Guardiola, Mourinho o Ancelotti.

—¿No viste a Rincón agarrando la camisa de Willian apenas terminó el primer tiempo?

—¡Todos los jugadores intercambian sus camisetas!

—¡Chamo! Pero justo con el que nos había marcado dos goles. Eso es no tener vergüenza.

—Es algo común. ¡Es normal! Y si tuviera algo de malo, ¿acaso eso también es culpa de Sanvicente?

—Lo que pasa es que tú eres un jalabola tarifado del negro ese —se señaló. Le temblaba el dedo—. Mira: el carajo no quería poner a Christian Santos y fue el que hizo el gol contra Brasil.

—Y contra Brasil en Copa América marcó Miku Fedor, que no le gusta ni al dueño de las gelatinas Rolda. ¡Eso no tiene nada que ver! Santos entró cuando tenía que entrar. ¡Tú no sabes nada de fútbol! —Ya la conversación había pasado a ser una concatenación acelerada de gritos frente al espejo.

—¿Sí? A ver, dímelo, sabelotodo, ¿y ahora cómo quedamos después de esta primera doble fecha?, si Uruguay, Ecuador y Chile, que son tres rivales directos, ya tiene seis puntos y nosotros ninguno. ¡Nin-gu-noooo! ¡No-jo-das! —la furia se apoderó de él y lanzó contra el vidrio un frasquito de colonia, otro regalo de su novia comprado con tanto cariño en El Cementerio. El espejo se cuarteó. Él se estaba derrumbando.

TRES

—Bueno, pajúo, esta es la eliminatoria más difícil del mundo —la voz se le comenzaba a quebrar—. La Argentina de Pastore, Di María y Tévez ni siquiera pudo anotar un gol en dos partidos. La Colombia de Guarín, Cuadrado y Bacca perdió 3-0 con una Uruguay que no tenía a Arévalo Ríos ni al “Cebolla” Rodríguez ni a Cavani ni a Luis Suárez —hizo una pausa antes de mirar a un lado, para no irse en llanto—... Pero tú no entiendes...

—¿Qué no entiendo? ¡Tú eres el que no entiende! Con “Chita” no vamos pa’ ningún ladoooo —se quitó la camisa y comenzó a golpear con fuerzas el lavamanos. Una y otra y otra vez.

—¡Coño! ¡Que esto apenas comienza! Tenemos chance, mira la próxima doble fecha: Uruguay se enfrenta a los otros dos punteros, Ecuador y Chile. Argentina recibe a Brasil y después visita a Colombia. Y Colombia, antes de jugar contra la albiceleste, tiene que ir a Chile.

—¿Y eso qué? A la Vinotinto le sale ir a la altura de La Paz. ¡Qué esperanzas!

—Ya Uruguay ganó ahí en la primera fecha.

—Exacto, el mismo Uruguay que tiene seis puntos y nosotros ninguno.

—¡Pero Bolivia es el rival más débil! Eso hay que aprovecharlo —sus ojos estaban desorbitados. Apretaba los dientes. Las lágrimas empezaron a caer.

—Seguro que “Chita” inventa alguna loquera de ir con jugadores del torneo local para después recibir a Ecuador con los supuestos “caballos” —comenzó a llorar como un bebé—, si nuestros “caballos” ya no corren.

—Bueno, a lo mejor esa es la oportunidad... para hacer cambios pro... fun... do... ooo... ooos —ya no podía más. Hipaba, se ahogaba. Tenía la nariz aguada—. Eso ha dado... resultados... antes, va...leee —estaba desecho. Trató de respirar con calma. Levantó su puño y se lo puso justo al lado del pómulo. Su pecho se expandía y se desinflaba a toda velocidad.

—¡Resultados! ¡Resultados! Eso es lo que no consigue “Chita”. ¡Carajo! ¡Es su culpa!

—No, no es su culpa. Es culpa de los jugadores que se desconcentran o no le entienden.

—¡Él es quien escoge a los jugadores!

—¡Pero son ellos los que cometen esos errores estúpidos!

—¡A mí no me digas estúpido!

—¡No te dije estúpido a ti, imbécil!

—¿Qué te pasa, mamag...? —no terminó de decir la frase cuando se golpeó a sí mismo contra el vidrio astillado y se abrió la cabeza, tan llena de certezas y lugares comunes en torno al fútbol. Desde la frente bajó sinuoso un hilillo de sangre que se le empozó en la comisura de sus labios. Sabía a triunfo. Sentía que había ganado y que aunque el otro no le dio la razón, al menos había recibido su merecido. Le sorprendió ver que la sangre, opaca y densa, no era roja, sino del color de la hermosa camiseta que había quedado allí, a sus pies, tirada en el suelo.

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