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Sexo, drogas y teleseries

Sobre el rock no sé un carajo. Me gusta, puedo escucharlo toda una noche. O dos, si es que aguanto despierto. Pero de saber, la verdad es que nada o muy poco.

Recuerdo cuando compré mis primeros discos, en 1990: uno era el White album, de los Beatles, otro era un compilado de Queen. Lo hice porque quería aprender, conocer otros ritmos, sabía que a mi madre y a algunos de mis amigos les gustaba.

En los años ochenta un compinche y yo nos escondíamos a escuchar un par de casetes nuevos que tenía su hermana mayor: uno era de Sentimiento Muerto, el otro de Desorden Público. Pero de rock no entendía entonces y lo hago muy poco ahora.

Entrando a su adolescencia, un primo que sigue siendo como mi hermano se enamoró del heavy metal mientras aprendía a tocar guitarra: Iron Maiden, Scorpions, Metallica, Guns N' Roses. Esos eran algunos de los nombres de las bandas que él escuchaba y aún están en mi memoria.

A mí me gustaban Frankie Ruiz, Eddie Santiago, Lalo Rodríguez.

No fueron pocas las canciones que me puso mi primo, a ver si me enganchaba. Mi madre hablaba inglés perfecto, pero yo nunca aprendí y casi no podía oírle la voz a los cantantes. No sentía las cuerdas. Para mí eran estridencias lejanas, incomprensibles. Sin embargo, entre todos los afiches que poblaban su habitación de entonces (calaveras, cielos apocalípticos, barcos, mucha sangre), había uno que siempre llamó mi atención, el de un guitarrista en acción que me miraba desde lo alto, justo frente a la pequeña cama donde a veces me quedaba a dormir: Jimi Hendrix. Gracias a este primo, debo decirlo, durante un tiempo, años después, repetí hasta el cansancio un disco fabuloso de The Doors.

Esa sensación de la mirada en el afiche la había sentido antes, cuando era más pequeño. Tenía cuatro o cinco años. De esa época recuerdo poquísimas cosas: las mariposas no me daban asco, me regalaron una pelota de fútbol con pentágonos rojos, me gustaban las ligas de goma que venían en las tapas de las compotas y también me gustaba bailar tambor. Recuerdo eso y también un póster de unos tipos muy raros, maquillados, que sacaban la lengua. Kiss. No sé si los escuché. Probablemente lo hice, pero o no entendía el rock o el rock no me entendía a mí. Me llamaba la atención su estética, no tanto su música.

En una ocasión, más adulto, un buen amigo con quien trabajé en un proyecto nos montó en su pequeño carro, estábamos borrachos y colocó a todo volumen a su banda favorita: Motorhead. Si no les gusta, se bajan, nos dijo entre risas. El carro temblaba. Él era un buen bailarín de salsa. Nuestras salidas en Caracas siempre intercalaban El Maní es así y la Belle Epoque. Es el rock. Supongo.

En 1999 hice una breve pasantía como asistente de eventos en el Museo de Bellas Artes. Allí, gracias a la iniciativa de una linda amiga y compañera de trabajo proyectamos cerca del Jardín de las Esculturas un documental de Pink Floyd. Nunca en mi vida, al menos siendo consciente, había escuchado ese grupo. Entonces sentí algo diferente. En ese mismo lugar debí organizar un concierto en el que tocó la banda venezolana La Hermandad, conformada por Fernando Batoni, Yatu y Bélica Almenar. Sé poco o nada sobre ellos, como sé poco o casi nada del rock, pero recuerdo que ese show me gustó.

Amo la salsa y no soy fanático de los conciertos. Aún así, he ido a más conciertos de rock que de salsa. Recuerdo uno de Alanis Morrissette, uno de Soda Estéreo, uno de Zapato Tres. Hace poco fui al Stereo Picnic, en Bogotá, y vi a Florence and The Machine, a Mumford and Sons, a Snoop Dogg, aunque mi favorito fue el duo de Die Antwoord.

Mientras trabajé en plátanoverde, una revista cultural que se convirtió en proyecto interdisciplinario y supo hacerse un hueco en la noche de la ciudad, hice lo que cualquier editor sensato hubiese hecho en mi lugar: cedí la curaduría musical a los panas que trabajaban conmigo para que esas páginas tuvieran sentido, mientras me sentaba a escuchar por primera vez a grupos o cantantes como The Who, Ramones, James Brown o Bob Dylan. No tenía ni puta idea de quién era Eric Clapton y tampoco es que ahora tenga una muy clara.

Puedo escuchar canciones de rock famosas, que marcaron un momento, que definen una cultura, y tararearlas sin saber quién es el autor ni cuál es la banda que la hizo inmortal.

El rock siempre ha ido por un lado y yo por otro. Puede que hayamos estado cerca, que nos hayamos cruzado en varios momentos. Por ejemplo, hace unos años adoraba a Calamaro, hasta que conecté con un par de discos de Spinetta. Hoy sé que me gusta Janis Joplin y he descubierto agrupaciones que me acompañan casi a diario, como Beach House, The Innocence Mission, Tango Wiht Lions o Kings of Convenience. En mi playlist habrá herederos reales del soul, del blues, del jazz y del rock. No sé cuál género es más impactante. O más potente. O más puro. O musicalmente mejor.

En 2012 coescribí tres letras por primera vez en mi vida. Lo hice para el segundo disco de mi pana Ulises Hadjis. Una de ellas fue nominada como Mejor Canción Rock a los premios Grammy Latinos. Fuimos hasta Las Vegas y, como me gusta decir, llegamos en segundo lugar, pero allí vacilé como pocos un concierto de Santana que duró casi tres horas. Lo que nadie sabía es que quince años antes, justo después de entrar en la universidad, me había comprado un CD de Santana y dos de sus canciones sonaban siempre en mi vieja y negra Compaq Presario: Europa y Samba pa' ti.

Me gusta la música. Mi padre fue músico y de él o por él suenan en mi computadora la bossa nova y la samba. Adoro escuchar música, no miento cuando digo que una de las primeras cosas que hago al despertar es poner música, escucho canciones todo el día mientras trabajo, pero estoy a miles de kilómetros de distancia de ser un melómano.

Ahora, ¿por qué cuento todo esto? ¿Por qué digo que sobre el rock sé muy poco o casi nada? Porque estoy viendo Vinyl, la teleserie de HBO que crearon Mick Jagger, Martin Scorsese, Rich Cohen y Terence Winter, y es una puta maravilla.

¿A usted le encanta el rock y no ha comenzado a verla? Hágalo apenas pueda.

¿Usted es como yo, un oído distraído al que le viene bien mezclar hip hop con punk y reggae con bolero siempre que se sienta a gusto? Hágalo. Mire esa serie. Lo realmente difícil será no ver media temporada de una sola sentada.

¿Cómo? ¿Audiovisualmente, dice? ¿Dramáticamente? ¿No leyó donde dice Scorsese?

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